viernes, 30 de enero de 2009

Yo para Presidente: Multas automovilísticas


Todos aquellos que vivimos en Caracas estamos más que acostumbrados al abuso en todos sus aspectos, desde aquellos que se colean delante de nosotros, hasta aquellos que se colocan a vender cocos en plena vía automotriz; desde aquellos que tapan las tiendas con sus puestos de buhonero, hasta aquellos que roban luz de la casa de al lado; desde aquellos que mienten en la declaración de impuestos, hasta aquellos que piropean de forma insultante a las chicas en la calle.

Pero en mi opinión, los peores abusos que ocurren en mi ciudad son aquellos relacionados con el parque automotor: se comen los semáforos, no respetan los carteles de "Pare", se estacionan donde -literalmente- les da la gana, tocan corneta como locos, se detienen en medio de la vía para echarle un cuento al pana del carro de al lado, van por el hombrillo como si fuera una autopista, irrespetan los días de parada, dan vueltas en "U" donde no se debe, se meten por vías que son "Flechas" o están prohibidas... Toda una gama de colores de abusos que harían palidecer hasta a Prismacolor.

Es por ello que, en mi muy humilde opinión, la política con respecto a las infracciones de tránsito debería ser manejada de otra forma. A saber:

Debemos tener una política de Cero Tolerancia con los infractores, evitando obviar las infracciones, y haciendo que les duela cometerlas.

En opinión de varios, comerse una luz roja en un semáforo es un crimen tan grave como matar a alguien: sencillamente, rompiste una Ley, lo cual no es correcto. Es por ello que tenemos que dejar de hacernos la vista gorda, y de justificarlos con un "siempre ha pasado" o un "es que todos lo hacen".

En Venezuela estamos acostumbrados a que nos podemos pasar las leyes por donde nos provoque, ignorando semáforos y señales. Cuando nos portamos bien es solo porque tenemos a un policía al lado (o sea, no lo hacemos porque tengamos que respetar las leyes, sino porque no queremos que nos matraquee). Y en efecto estamos acostumbradísimos a que si el policía nos agarra, será sólo para tratar de sacarnos dinero para redondear su quincena.

(Somos como el niño que se porta bien no porque sea lo correcto, sino porque así evita que su padre lo castigue, o mejor aún, se gana un regalo de Navidad).

Qué sistema propongo? En otros países (incluso en El Quinto Elemento) se usa un sistema de "puntos". Tu licencia de conducir tiene cierto puntaje, y cada vez que cometes una infracción pierdes puntos de tu licencia. Cuando llegas a cero, te quedas sin licencia por un tiempo -un año, por ejemplo-, luego del cual tienes que sacarla de nuevo.

No dudo que el sistema de puntos funcione, pero yo propongo ir un paso más allá: usar el Sistema de Huecos.

En qué consiste? Muy sencillo. Cuando te entregan la licencia, te la dan con un pequeño huequito o muesca (algo como lo que hacían con el Carnet Estudiantil del Metro, para marcar los años que lo habías tenido). Esa muesca es el multiplicador de multa, que indicará cuántas unidades de multa tendrás que pagar (aquí en Venezuela podría ser una Unidad Tributaria por muesca. Para beneficio de mis lectores internacionales, supongamos que cada muesca son cien dólares).

Es decir, si ignoras un semáforo en rojo o das una vuelta prohibida, el policía te detiene, te pide la licencia, te coloca una multa por cien dólares, abre una muesca más a la licencia, y listo. La próxima vez que te detengan, por el delito automovilístico que sea, te cobrarán doscientos dólares, y te colocarán una muesca más. La siguiente serán trescientos, la otra cuatrocientos, luego quinientos... Se entiende la idea, no?

Créanme que, bajo la amenaza de que les quiten dinero por la infracción -porque se lo quitarán! Cero Tolerancia!-, muchos conductores se portarán bien. A los que la amenaza no amedrente, cuando las multas lleguen lo bastante alto podremos estar seguros de que les dará verdadero terror pasarse un letrero de "Alto".

Cuándo le quitamos la licencia a la persona? Eso es lo maravilloso: para qué se la vas a quitar? Si el tipo te da quinientos, mil, mil quinientos dólares por pasarse un semáforo, bienvenido sea! Su dinero será bien aprovechado, la ciudad se lo agradece. Las únicas formas en las que las personas perderán la licencia serán (a) Si no pagan las multas (si te multan de nuevo mientras tienes una multa pendiente, o si pasa más de una semana, pierdes la licencia automáticamente), y (b) Si llegas a tener tantos huequitos en la licencia que esta sencillamente se desintegra.

Para poder aplicar este mecanismo de control sólo necesitaremos tres cosas. En orden de dificultad, de la más fácil a la más difícil, (a) Implementar un sistema de información que permita que los agentes de la ley sepan cuántas multas lleva cada licencia, y evite los fraudes como múltiples licencias. (b) Extender estas reglas a los peatones, para evitar que salten a la vía por donde no deben, o crucen donde no hay paso cebra, o se coman los semáforos (una manera rápida y gratuita de hacerlo es garantizar que aquellos conductores que atropellen a un peatón fuera de los pasos permitidos no irán a la cárcel). Y (c) Controlar a los policías -reconozco que esto será lo más difícil de todo- para que dejen de martillar a los conductores. Quizás implementemos un servicio de supervisores, donde cada supervisor gane una comisión por cada policía que pille aceptando sobornos. O quizás le hagamos unas muescas a la placa del oficial, y le apliquemos también un multiplicador de multa... Qué ideas tienen ustedes?

Cuando todos respetemos las señales y los semáforos; cuando dejemos de estacionarnos en la vía, el hombrillo o la acera; cuando no nos comamos las flechas, ni nos cambiemos de vías a lo loco, ni nos paremos a dar un cruce donde no es correcto; cuando pase todo eso, no importará que la ciudad tenga la cantidad aberrante de carros que tiene hoy en día. Créanme que tendremos una ciudad donde podremos transitar sin colas, donde los choferes no vivirán estresados y con una grosería en la punta de la lengua, donde embotellamientos de dos o tres horas al día no serán lo normal.

Tendremos una ciudad donde, a lo mejor, me provocará manejar.

Pero como seré Presidente, supongo que tendré chofer...!


Cada vez que veo un anuncio político, un símbolo de un ministerio, o un logo gubernamental, y veo que está rojo rojito, me pongo verde de la arrechera. Será que sufro de daltonismo político? -- Gorka

Qué sera de nuestra cartuchera de colores Berol Prismacolor que regalamos a nuestros hermanos menores... Lo que daríamos por volver a tener esos clásicos creyones y enseñarles a nuestros hijos a pintar como hace muchos años aprendimos nosotros... -- Cuando era Chamo (Colores Berol Prismacolor)

Venezuela son los carros que se comen la luz roja, y los choferes que se molestan si se los reclamas. Son las personas dentro de esas máquinas, de las que en verdad espero que nunca sepas qué piensan mientras pasan cuando no es su turno, y dejan a un padre con un bebé cargado esperando. -- Las Tierras Oscuras (Un día en Venezuela)

viernes, 23 de enero de 2009

Confesiones


Cuando la vida era perfecta (o sea, cuando era un carajito con la única labor de ver comiquitas), y hasta que me convertí en un joven, crecí con la plena certeza de que Dios existía. Un Dios bíblico, a veces tierno padre, a veces vengativo creador, que nos juzgaba de acuerdo a lo que hacíamos, pensábamos y hasta sentíamos.

En ese momento todo estaba clarísimo: ni yo ni nadie nunca íbamos a morir, y cuando lo hiciéramos (ilógico?) nos iríamos al Cielo, al Infierno, o a una sala de espera llamada Purgatorio, donde hay un gato en el medio. La selección se haría blanco-negro, sin grises: si tuviste la mala leche de morirte sin confesar los pecados (o sea, los incumplimientos a los Diez Mandamientos) que hubieras cometido, zuas!, de cabeza al Infierno. Si tu currículum estaba limpiecito como un sol, pues arribita al Cielo. Y si tu pecado era de los chiquiticos, o en verdad habías llevado una vida digna de santo, pues al Purgatorio, a que alguien analizara tu caso.

Cuando salí de esa cosa llamada adolescencia y me convertí en un neo-adulto, algunas cosas dentro de mí comenzaron a cambiar. Quizás fuera el hecho de que la Ciencia y la Religión tienen algunas peleas irreconciliables, en las cuales la Ciencia pelea con pruebas, y la Religión sólo con creencias. O quizás fuera que ví el craso error en el hecho de que si Santa Tecla dijo una mentira y se murió sin confesión, se fué al Infierno -o en el mejor de los casos al Purgatorio-, mientras que si Jack el Come-Intestinos-De-Bebé se confesó 5 minutos antes de morirse, ganó pase VIP al Cielo.

El caso es que comencé a dudar un poco de mis graníticas convicciones, y me volví un poco más Arjónico que Apostólico: comencé a creer más en Dios como una suma de los buenos deseos o capacidades de los seres vivos, como un alma del mundo, una suma de conciencias y de la capacidad de crear, sentir y hacer el bien, que en un ser todopoderoso que en verdad existiera. Me dije que sí tenía que existir algo maravilloso para que la vida se hubiera creado, pero que esa cosa no era necesariamente obra de un "alguien" que estuviera jugando Sim-Life con el Universo. Que sí, que teníamos que portarnos "bien" -aunque ahora ese "bien" no fuera un concepto similar en todo el universo, ni siquiera en todas las culturas de este ancho mundo-, pero para lograr hacer de esta existencia un lugar mejor para los que venían tras nosotros.

Sin embargo, ahora que entro a los treinta-y-pico, y que he vivido -aunque no tanto como quisiera, pero más de lo que muchos han logrado-, me descubro cada vez más cínico y falto de fé. Veo a mi alrededor el caos en el que nada mi ciudad, y quizás el mundo entero. Veo el mal que es capaz de hacer el ser humano, dañando y matando a su alrededor sin pensar en otra cosa que su propio bienestar.

Hoy en día me siento a pensar en cuál será el siguiente paso, en qué vendrá después de esta vida, y a pesar de que aún albergo la secreta esperanza de que quizás haya otro escalón (Cielo, Infierno, Reencarnación, Fusión con el Alma del Mundo, o alguna ilusión que se repetirá de forma infinita), el caso es que hoy por hoy me siento bastante seguro de que cuando la muerte nos visite, no habrá ningún premio o castigo.

No habrá nada.

No es que habrá un gran vacío, o un gran espacio negro, o un largo infinito de aburrimiento. Es que, sencillamente, dejaremos de existir. Se habrá acabado la película en la que éramos protagonistas, y no habrá nadie que comente nuestra actuación y que felicite al actor que la hizo con una estatua de un tipo dorado.

Habrá quien nos recuerde por algún tiempo, nos extrañe, y hasta le duela nuestra falta, pero realmente todo seguirá igual, excepto para nosotros, pero no importará porque ya no existiremos...

Pensar así me causa sentimientos encontrados. Primero, porque me sorprende ver que aún así trato de seguir siendo buena persona, y no sé por qué... Aunque me alegra.

Segundo, porque me sorprende aún más lo cínico, práctico y seco que me voy volviendo, y me asusta pensar qué quedará de mí dentro de otros treinta años. Definitivamente, yo como viejo creo que seré bastante inmamable e insoportable.

(Siéntense un momento a pensar en todos esos rituales a los que nos obligamos, como la monogamia, las corbatas, las dietas, los horarios, los códigos de vestimenta, las cosas impuestas, las fiestas que realmente no representan nada, la lipo y las tetas plásticas, las guerras, las órdenes de quien no sabe, el irrespeto de quien puede, y díganme si vale la pena opacar nuestra vida de esa forma).

Y tercero, porque me hace sentir que no debemos caminar por esta vida como si tuviéramos un segundo chance, como si siempre nos quedara un tiempo infinito por delante, sino que tenemos que vivir de verdad cada instante, y aprovechar las ocasiones que tenemos de disfrutar, crecer, conocer, vivir, sentir... Que tenemos que cometer más errores, perder el miedo a equivocarnos porque es esa la única forma en la que podremos ganar experiencia (para subir de nivel) y vivir esta vida, la única que tenemos.

Es pensar así lo que me ha hecho hacer lo que creo apropiado, y decir lo que creo correcto, sin que mis estúpidos miedos me detengan. Es sentir así lo que me ha hecho darme cuenta de que no me arrepiento de lo que he hecho, sino de lo que he dejado de hacer. Es creer así lo que me ha hecho golpearme con que quizás no me vuelva a confesar más nunca, pues sería bastante falso confesarme por cosas de las que no me arrepiento, que sabía que podían ser consideradas como inapropiadas desde antes de hacerlas, y que incluso las volvería a hacer si la misma oportunidad se me presentara.

Quiero disfrutar de una larga vida, quiero hacer del mundo un mejor lugar, quiero ayudar a las personas a crecer y a sentirse bien, quiero ganar estatuas y premios, quiero que me quieran, quiero que me respeten, quiero dejar una huella -aunque sea ficticia- en este mundo, pero quiero hacerlo a mi manera. Y eso probablemente signifique que, quien conozca mis pecados de ahora en adelante, probablemente lo haga solo de manera informativa, y a sabiendas de que los disfruté y me enorgullezco de ellos, porque me han hecho quien soy, para bien o para mal.

Porque me han hecho vivir. Y, por ello, los volvería a cometer...


No hay razón para ir a través de toda esta basura, si no vas a disfrutar del viaje. -- Irving Feffer Mi novia Polly

El más grande error que la gente comete en su existencia es no tratar de ganarse la vida haciendo lo que más disfrutan. -— Malcolm Forbes

Viendo curriculums me doy cuenta de lo decisivas que son las decisiones que uno toma cuando no tiene criterios para tomarlas. -- Rafael Álvarez

"Magia" es hacer lo que se hace con entrega total, con la mente alli, sin vacilar, sin criticas ni inhibiciones. -— Filosofía Zen

domingo, 18 de enero de 2009

Escape


Cuando al fin llegamos al final de la línea, el miedo ya se palpaba en el aire.

Habían sido necesarias horas para poder avanzar solamente algunos cientos de metros de personas formadas, y se había visto un poco de todo: desmayos, ataques, insultos y peleas. Los militares colocados a todo lo largo de la línea hacían todo lo posible por mantener el orden, llegando incluso a usar la fuerza si era necesario, pero con la cercanía de la horda ese era un trabajo que se dificultaba a cada segundo, rayando ya en lo imposible.

Cruzamos el portón con paso apresurado, felices de haber por fin entrado a las instalaciones de lanzamiento. Adentro, los cohetes esperaban a sus tripulantes para ser lanzados en busca de una nueva esperanza para la raza humana. Si le hacíamos caso a los rumores que había escuchado en la fila, probablemente no daría tiempo para que se llenaran todos ellos.

Seguí a los muchachos en ruta hacia la nave que nos correspondía. David iba de primero, siempre con el pequeño Roberto a caballito sobre él; era David quien poseía el salvoconducto que nos permitiría entrar en el vehículo que, esperábamos, nos llevara a nuestra posible y desconocida libertad. David era una de las personas más inteligentes y capaces que conocía, y era por ello que -quienes quiera que se habían encargado de seleccionar a dedo quién moriría y quién quizás viviría- le habían dado el salvoconducto para él y su gente.

Tras él iba su hermano menor, Enrique. Conocía a Kike desde que era poco más que un bebé, y con el tiempo había llegado a ser también casi un hermano para mí... o un cuñado. David y yo teníamos nuestra historia -o casi la tuvimos- y nunca habíamos logrado olvidarnos realmente. Nunca supe ni lo que yo misma sentía, si éramos amigos o algo más, pero David sí que lo sabía, y por eso me había ido a buscar, hacía un par de días, para que compartiera con él la oportunidad de vivir.

Cerrando el grupo iba yo, con la pequeña Patricia en mis brazos. Ella era realmente la razón de que hubiera aceptado venir con el grupo, dejando a mi esposo con el corazón destrozado e ilusionado a la vez en nuestro hogar... Su destino estaba claro, pero nuestra bebé tendría una opción de sobrevivir.

Con los ojos anegados en lágrimas, continué por el camino que me alejaba cada vez más de él, y me acercaba al futuro.

Cuando llegamos al pie de la nave, David le dió un beso a Roberto, y se lo pasó a Kike para que lo sostuviera, mientras él iba a hablar con el militar que haría el último chequeo a nuestro salvoconducto. Tras unos minutos de charla, en los que el militar dirigió su mirada hacia nosotros varias veces, para devolverla de inmediato al documento, David se acercó a nosotros, y nos indicó el elevador. Llenos de esperanza, nos dirigimos al aparato.

Lo abordamos Kike y yo, con los niños en nuestros brazos, pero David se quedó afuera hablando con el militar. Hoy lo pienso, y me digo a mí misma que me debí dar cuenta de que algo no iba como debería, que David tenía la cara triste y los ojos enrojecidos, pero estaba tan alegre de haber entrado que sencillamente no lo noté. Kike, en cambio, conocía mejor a su hermano; dejando a Roberto en el ascensor, y con la preocupación dibujada en su rostro, hizo ademán de salir del ascensor, sin apartar los ojos de David.

En dos pasos, David llegó al ascensor, y antes de que nadie pudiera hacer nada, estampó un sólido golpe en el abdomen de su hermano, que reculó y cayó de vuelta al ascensor, boqueando mientras trataba de vencer el ahogo y el dolor.

Las puertas de cristal blindado del ascensor se cerraron, brindándome una dolorosa imagen de despedida, una imagen de David que aún hoy en día me acompaña en mis sueños y pesadillas: me aventó un beso con su mano, y le dió una larga mirada a su hermano y a su hijo, mientras las lágrimas por fin brotaban de su corazón, y una frase que nadie escuchó salía de sus labios.

El ascensor comenzó a subir mientras Kike golpeaba sus puertas con toda la fuerza que podía, gritándole a su hermano. Antes de entrar a la nave vimos a lo lejos como la horda se acercaba sin que los militares fuera de la base pudieran detenerlos. A nuestros pies, los militares le entregaron armas a los civiles, incluyendo a David, y cerraron los accesos a las naves y las entradas a la base.

Se preparaban para hacer un último y desesperado -y seguramente inútil- intento de defensa, para comprarles un poco más de tiempo a las naves para que despegaran. Fuimos los últimos en abordar nuestro trasbordador, y unos de los últimos en despegar de la base. En muchos sitios de la Tierra, antes o después, la escena se repitió miles de veces, hasta que la raza humana perdió por completo el planeta.

Hoy en dia vivimos en la colonia Sigma 17. Roberto ya tiene 10 años, y Patty es toda una señorita, con solo unos meses menos. Kike y yo vivimos juntos, como hermanos. Ni él ni yo hemos pensado en buscar a alguien para formar una familia, aunque cada quien por sus propias razones...

Aún nuestra raza no se ha organizado lo suficiente como para pensar en recuperar nuestro planeta, y sinceramente no estoy segura de que algún día se intente: quizás es mejor dejar el pasado atrás, y reconocer que lo perdido perdido está, en lugar de gastar más vidas valiosas persiguiendo quimeras.

Sé que David no pudo haber escapado, pero aún lo espero. Porque le debo mi vida, porque le debo la de mi hija, porque me dió un hermano y otro hijo, porque dió su vida por nosotros, porque nos llevó hasta la base a sabiendas de que su salvoconducto sólo era válido para dos adultos, y porque hoy en día -tarde- sé que sí era para mí más que un amigo.

Como ven, yo tampoco puedo aceptar las pérdidas...


Soy el mejor en lo que hago, pero lo que hago no es muy agradable, entiendes? -- Wolverine

No pidas perdón por lo que Eres...
Pide perdón por lo que no serás...

-- Contigo o sin tí

Por unos días no quiero ser yo. En las últimas horas me ha ido mal interpretándome y ante tan opaca performance es saludable tomar un receso, un break, un intermedio como en el teatro. Quizá me ocurre lo que le ocurría al escritor argentino Osvaldo Soriano: quizá ya estoy cansado de llevarme puesto. -- Busco Novia (El escape infructuoso)