sábado, 19 de septiembre de 2009

El piso de la muerte


En cuclillas y con la espalda apoyada contra la pared, Jaime sudaba de puro terror dentro de su traje. Las ganas que sentía de salir corriendo y alejarse de allí eran insoportables, y le costaba toda su fuerza de voluntad mantener su posición tras sus compañeros.

Pero sabía que salir corriendo era suicidarse.

El ruido de los disparos aturdía sus oídos y le causaba un insistente martilleo en las sienes que no hacía sino acentuar su malestar general. Levantó el protector facial de su casco para sentir un poco más de aire, pensando que si no lo hacía se iba a desmayar.

Con manos temblorosas sacó del bolsillo de su sucio overall un paquete de goma de mascar, y con toda la dificultad que le agregaban sus gruesos guantes de asbesto, comenzó a abrirla, mientras trataba de alejar de su mente los gritos de dolor que venían del pasillo tras él.

De una de las puertas que tenía frente a él -que no eran pocas, pues ese maldito hospital parecía todo puertas y pasillos- vió salir a uno de esos malditos zombies, uno de los que ellos llamaban "Perros". La criatura, una visión de pesadilla que nunca debió haber existido, era un cruce entre el extraterrestre de la película Alien, un humano, una araña, y un montón de otras mierdas horribles.

Vió con horrible calma la forma en la que la criatura olfateaba el aire, y volteaba su imposible rostro hacia él. Sabía que debía sacar su 9mm y volarle su asqueroso cerebro, pero sus manos seguían tratando de abrir el empaque de chiclets... Una extraña calma, una horrible sensación de paz, lo invadió cuando el "perro" hundió sus uñas en el muro y se impulsó hacia él dando un salto prodigioso.

El salto de la criatura se interrumpió bruscamente, y su cuerpo salió disparado hacia atrás. Golpeó contra un muro, y quedó allí, fírmemente sujeto por una flecha.

Un susurro quedo, que sólo él oyó, salió de sus labios: "Gracias, Dios"... Se metió la goma de mascar en la boca, y se guardó el envoltorio en el bolsillo -curiosa la cantidad de tonterías que no podemos dejar de hacer una vez que las hemos aprendido-. Sin levantarse, se arqueó para ver el pasillo tras él, de donde venía el estruendo de disparos y gritos, y vió el rostro del dios que lo salvó.

Jorge "Dios" estaba colocando otra flecha en su ballesta, con esa mezcla de serenidad, rapidez y eficiencia que solo brinda la práctica. Sus ropas estaban tan sucias como las de Jaime, pero en mejor estado, pues rara vez Jorge tenía que acercarse a pelear cuerpo a cuerpo contra los zombies, como hacían los demás. Su sobrenombre se lo había ganado porque muchas veces había sacado de apuros a sus compañeros, colocado en sitios en los que ellos ni lo veían, de tan lejos que estaba: una verdadera ayuda divina.

"Dios" le guiñó un ojo a Jaime, echó otra mirada al pasillo tras él, y se volteó a ayudar al resto del equipo, Javier y Jesús.

Javier, o el "Médico", como lo llamaban, era el doctor del grupo. Pero quien lo viera en ese momento no podría imaginarse que sus manos pudieran traer vida, solo muerte. Vestido con holgadas ropas cómodas, un pasamontañas con dibujo de calavera, y unos lentes para proteger sus ojos de la sangre de los zombies, el "Médico" estaba en primera fila, cuerpo a cuerpo con los monstruos, usando una katana para desmembrar a los bichos que osaban acercarse a él. Era un puesto en verdad temerario, en el que nada en el mundo hubiera convencido a Jaime de colocarse.

Justo a su lado, ligeramente tras él, se encontraba Jesús, el "Capitán", destrozando cuerpos con su recortada. No era en verdad un militar -al menos, eso creía Jaime-, pero sus aptitudes y actitud lo habían convertido en el líder no oficial del grupo. Sus ropajes eran, quizás, los más apropiados para la situación, pues llevaba chaleco anti-balas, y lo que Jaime imaginaba había sido parte de un traje anti-motines. Fué la voz del "Capitán" la que lo sacó de su ensimismamiento.

- "Antorcha"! Tu turno!!!

Numerosos zombies amenazaban con destruir a su equipo, pues había más de los que podían controlar. Jaime dudó un segundo más de lo que sabía que podía permitirse. Estaba aterrado, siempre lo estaba, y eso le molestaba. "Dios" y el "Médico" le habían dicho siempre que ellos también estaban aterrados siempre que iban de misión, pero que el secreto era usar el miedo para darte fuerzas, no dejar que te controlara. "Bien," -pensó Jaime- "si el secreto es que el miedo te de fuerzas, entonces tengo fuerzas para regalar!".

Se incorporó de golpe, bajó su protector facial sobre su rostro, y asió con fuerza su lanzallamas. "Antorcha" avanzó con una tranquilidad increíble hacia su equipo, mientras prendia el piloto de su arma. Se colocó a la altura del "Médico", y apretó el gatillo del lanzallamas, desencadenando un infierno frente a él.

Las figuras se retorcían y chillaban de dolor, envieltas en llamas. Trataban de huir, y se golpeaban entre ellas, en una visión que al "Médico" le recordó algún capítulo de la Divina Comedia.

Sin embargo, lo que más le asustó, fué la sonrisa que distinguió en "Antorcha" al levantar su rostro hacia él...


Mataron a mis hijos! -- El Patriarca (Killing Floor)

Papi, puedo jugar? -- Asier, cualquier dia, a cualquier hora...

1 comentario:

algo para mostrar dijo...

se me quemo el cafe con leche por leerte, antes legaba tarde al trabajo, ahora se me quema el cafe.