lunes, 31 de enero de 2011

SysHack


La camioneta se detuvo entre chirridos de frenos al lado de la acera, y sus puertas se abrieron de inmediato. Shimomura se bajó junto a un par de agentes de campo y se agachó para pasar por debajo de la banda de plástico amarillo que rodeaba el edificio.

La construcción -un bloque de cemento gris- era la sede del Museo Metropolitano, uno de los museos más importantes de la ciudad. Mientras mostraba de forma automática su identificación a uno de los agentes presentes, Shim repasó en su mente lo que sabía de la situación.

Era miércoles en la mañana, a medio camino de la próxima quincena. Las calles de la ciudad estaban atestadas de gente -como siempre-, pero el Museo se encontraba casi vacío -como siempre-. Solo algunos ancianos y un grupo de niños en paseo escolar guiado por su maestra. Y ese fué el día que eligieron para asaltarlo.

Los ladrones demostraron una gran capacidad táctica y técnica. Segundos antes de entrar, desactivaron de forma remota las cámaras y alarmas de todo el edificio. Entraron, dominaron a los guardias y a los visitantes, se apoderaron de lo que buscaban -Shim aún no sabía qué había sido- y salieron. Quizás para no dejar pistas o testigos, o quizás solamente para generar mayor publicidad, sellaron las puertas y colocaron explosivos con mecanismos de detonación muy avanzados. Tan avanzados, que los expertos anti-bombas no habían podido hacer nada para desactivarlos.

Eran obras de arte -bastante sarcástico, tomando en cuenta que iban a destruir un museo-. Una mezcla de equipo tecnológico de primera, programas computacionales de defensa, y un diseño de avanzada, demostraban que un especialista se había empeñado a fondo: estas eran unas bombas destinadas a explotar.

Los chicos del Escuadrón Anti-Bombas hicieron lo que pudieron, pero no podían terminar de desactivarlas mientras los programas de protección estuvieran corriendo: ahí ya no habían cables que cortar, sino una lucha a muerte contra la inteligencia artificial programada por las oscuras inteligencias del hombre.

Shim estudió detenidamente el aparato ante sí, y procedió a sentarse frente a él, sobre sus piernas cruzadas en posición de loto. Uno de los agentes que venían con él le acercó su equipo y se lo colocó sobre las piernas.

El aparato que Shim se disponía a usar era uno de los más avanzados de su clase. Similar a una de las antiguas laptops, la laptrip -como la habían llamado, demostrando una falta total de buen gusto- era lo mejor de lo mejor en capacitación de enlaces neuronales portátiles.

No era un Tanque, pero tendría que servir...

Shim conectó uno de los cables terminales de la laptrip a la bomba, y eligió cuidadosamente otro que conectó a la terminal en su nuca -un enlace directo con su cerebro y su sistema simpático, agregado a su cuerpo de forma quirúrgica: la mejor interfaz hombre-máquina existente en la actualidad-, y de inmediato las pantallas de su equipo se volvieron su realidad.

Shim se zambuyó en el ciberespacio, como cualquier otro Nadador.

Se acercó al programa residente en la bomba, y comenzó la delicada tarea de desmembrarlo, quitando capa tras capa del sistema de defensa del explosivo, como si de una cebolla se tratara. Era una tarea difícil, sin necesidad de tomar en cuenta el hecho de que estaba trabajando contra-reloj para desarmar un aparato que pretendía volatilizarlo a él, junto con gran parte de la manzana en la que estaba el museo.

Tras casi cuatro horas de trabajo, Shimomura había deshabilitado once capas de protección distintas. Y el sistema no daba muestras de que se fueran a acabar.

Shim miró los indicadores del reloj de su avatar para ver cuánto tiempo le quedaba. En el mundo real habían pasado solamente dieciocho segundos desde que hizo interfaz con la bomba, por lo que los dos minutos que quedaban de tiempo en el contador parecían una eternidad, pero le preocupaba no haber podido aún desbaratar las defensas: Shim era el mejor Nadador de Central, y por ende, al menos oficialmente, del país; no era posible que no pudiera hacer este trabajo más rápido.

Qué tipo de mente habría diseñado este código?

Otra capa de la cebolla cedió, y de repente un ladrido lo sacó de su concentración. Una figura, similar a un perro pero con tres cabezas -tal y como el Cerbero mitológico- surgió de la capa que Shim acababa de desactivar. "Genial", pensó, "un programa de defensa dentro de un programa de defensa!".

El colosal animal atacó de inmediato a Shim, quien se defendió disparándole ráfagas de rayos -realmente, datos que buscaban desactivar o destruir al otro programa-. Saltando hacia atrás, alejándose tanto como le era posible, y atacando sin parar, Shim le hizo frente al guardián del código con todo lo que tenía...

...para nada.

Los pocos espectadores con la suficiente valentía como para mantenerse cerca de un área con bombas vieron que el chino que había venido con los policías se sentó ante la bomba, se enchufó un cable a su terminal, y se quedó inmovil. Apenas unos segundos después, el cuerpo del chino tembló y se cayó de lado, mientras espasmos incontrolables lo azotaban.

Los agentes sabían que eso podía pasar, pero no esperaban realmente que ocurriera, y por ello tardaron algunos segundos en reaccionar. Demonios, Shimomura era el mejor en lo que hacía! Qué podía estar dándole tanto trabajo? Reaccionando apenas, uno de los agentes comenzó a teclear la secuencia de salida en la laptrip de Shimomura, pero los comandos no respondían.

El otro agente vió con aprensión los esfuerzos de su compañero, y los espasmos del cuerpo de Shim. Con la preocupación dibujada en la pétrea máscara de su rostro, tomó una decisión.

De un tirón, desenchufó el cable que conectaba la laptrip con la bomba.

El grito de Shimomura resonó en los alrededores, pero poco a poco el Nadador se calmó, y abrió los ojos. Estaba empapado en sudor, y le dolía cada músculo de su cuerpo, pero aparte de eso, parecía estar bien y, sobre todo, vivo.

Se incorporó poco a poco, apoyándose contra la puerta del museo, a escasos centímetros de la bomba que había fallado en desactivar. No había ningún indicador visual que ver, pero sabía que le quedaba menos de minuto y medio de tiempo para desactivarla.

No había nada que hacer.

Shimomura le indicó a uno de los agentes que despejaran el museo y los alrededores. Había que minimizar las víctimas en los alrededores. La gente que estaba dentro estaban condenados.

Algunos agentes comenzaron a indicar a los civiles que estaban cerca que se alejaran de inmediato, mientras otros llamaban a Central para indicar que cerraran los accesos de entrada a la zona del Museo. Entre el movimiento de gente, y el pequeño caos que siguió, una figura se separó del grupo y traspasó la banda de seguridad. Antes que los agentes pudieran detenerlo, se acercó a Shim, y se arrodilló a su lado. Shimomura levantó la vista y se encontró con una cara pecosa enmarcada en un cabello rojo fuego; una cara que conocía de otra vida: Kevin Davis.

Davis había sido uno de los mejores Nadadores en la historia de Central, pero unos años atrás agentes de SysCorp -la competencia no oficial de Central- habían encontrado que Davis no era solamente un Nadador: en su tiempo libre usaba su conocimiento y acceso a equipo para entrar sin permiso a ciber-instalaciones privadas. En cuestión de días, Davis pasó de ser el especialista de los especialistas, a ser el hacker más buscado del país. Prueba suficiente de su talento era que, años después de su acusación, aún seguía libre: en una era de automatización y dependencia de las computadoras, las agencias no habían podido encontrarlo.

- Davis? -dijo Shimomura.

- Hola, chino. Ha pasado tiempo.

Shimomura se fijó en los agentes que los rodeaban. Una palabra suya, y Davis sería arrestado de inmediato. Qué demonios se proponía?

- Qué haces aquí? -preguntó Shim.

- No tenemos tiempo que perder. Ví en las noticias lo que pasa. Tienes un problema más grande que tú, y casualmente, casi milagrosamente, soy la única persona que puede ayudarte. Déjame entrar, Shim, y desactivar estas cosas.

Shimomura lo miró fijamente. Sabía que lo que decía era verdad: el programa multicapa de seguridad de las bombas era casi imposible de romper, y menos en el poco tiempo que quedaba. Si alguien podía hacerlo, era Davis. Shimomura calculó que, fácilmente, podían haber perdido un minuto en la charla que acababan de sostener: se les acababa el tiempo.

- Entra -le dijo-, pero sabes que no puedo dejarte ir luego...

Sin mediar palabra, Davis reconectó el cable de conexión a la bomba, y conectó el cable que había formado interfaz con Shimomura en su propia neuro-terminal.

Cuando, segundos después, Davis abrió los ojos y se desconectó el cable, los agentes cayeron sobre él. Shimomura revisó la bomba, y vió que había sido desconectada; una rápida revisión le indicó que las demás bombas también estaban desactivadas.

Shimomura trató de ponerse en pie, mientras los agentes esposaban a Davis y lo empujaban sobre la capota de la camioneta en la que el propio Shim había llegado. Qué había hecho que Davis saliera de su escondite y corriera a salvar el día? Shim sabía que Davis no era mala persona, pero tampoco creía que fuera capaz de sacrificar su libertad por algunos desconocidos.

Mientras algunos agentes empujaban a Davis dentro de la camioneta, este alcanzó a ver que las puertas del museo se abrían, y los visitantes salían corriendo, agradecidos del milagro que les había permitido escapar de la pesadilla, del imposible que les había salvado de la muerte.

Entre el grupo de niños que corría alejándose del museo, guiados por su maestra, Davis distinguió con facilidad la melena color rojo fuego que se movía al compás de la carrera de su dueña. "Ves, Melissa", pensó para sus adentros, "papi siempre te cuida"...

Mientras los agentes restantes revisaban el sitio, y un aun aturdido Shimomura guardaba su equipo y luchaba por no vomitar, la camioneta en la que estaba Davis arrancó, llevándolo a una nueva vida...


- Sálvame! Sálvame!
- ok... Ctrl-S

-- Chiste computista

No soy antisocial; soy de interfaz poco amigable. -- Top de frases Geek

Le preguntaba a mi uruguayo si hacía frío o calor en su país, si había montañas, si la cebolla hacía llorar. El baterista me miraba raro. "Es igual que acá, botija", me decía. Y yo pensaba: "¡Qué grandioso! Además de geniales, son humildes". -- Hernán Casciari (Orsai - Justicia poética)

4 comentarios:

O.K. dijo...

Górkido, excelente. Esta lectura hizo mi día... sobre todo porque casualmente vi Ghost in The Shell, otra vez, el fin de semana.

*******
-Ayúdame! Ayúdame!
-OK... F1

ANRAFERA dijo...

Estupenda e interesante¡ Felicitaciones e igualmente por ser elegido como uno de los "Blog destacados". Saludos y buen día.
Ramón

Anónimo dijo...

Me gustó tu blog. Te invito a pasar por los míos.
Un abrazo,
Ana Rosa



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Rebecca Rosenbaum dijo...

hola Gorka,
felicitaciones por ser destacado en PH.
Un ramo de flores como símbolo de tu premio te obsequio.

un abrazo de amistad^^