Escribí este artículo hace algún tiempo, y fué originalmente publicado el 13 de Septiembre del 2004 en OcioJoven. Varias personas me han comentado que me leen en un lado, y se olvidan de leerme en otro, por lo que crucé ciertos artículos, para que estén en ambos. Este fué uno de los afortunados...
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Por favor, no discutan sobre la "veracidad" de lo que escribí. Es un artículo, quizás con mi opinión, quizás sólo con ficción. Léanlo como eso, y evitemos enfrentamientos religiosos, que nadie podrá ganar.
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Nunca fui particularmente religioso. Creía en Dios más por no discutir que por otra cosa. Fui Católico porque mis padres así lo decidieron, mas no porque yo hubiera dado alguna vez algún paso en esa dirección.
Con esto no quiero decir que fuera una mala persona. De hecho, creo que más bien fui todo lo contrario: nunca dañé a nadie (al menos de forma consciente), siempre respeté y amé a los demás, ayudaba a quien me rodeaba cada vez que podía, y no sólo por lo que pudiera recibir a cambio. En resumen, creo que no fui una persona "mala"... Y menos al compararme con otras personas que llegué a conocer mientras viví.
Por mi educación, siempre "creí" en el Cielo, con sus nubes y sus angelitos, y el Infierno, con su fuego y sus castigos. Nunca me pregunté qué habría más allá... Hasta que lo descubrí. Y dado que siempre fui pragmático, cuando estaba en mi lecho de muerte y me ofrecieron traer a alguien que pudiera limpiarme de mis pecados, decidí que debía importar más los hechos de mi vida entera que una confesión hecha durante su conclusión; que no tenía sentido que alguien "malo" pudiera confesarse cinco minutos antes de morir, y por ello ir al Cielo, ni que alguien "bueno" muriera sin poder confesarse, y por ello ir al Infierno. Decidí, pues, que dejaría que mis actos hablaran por mí.
Es por eso que llegué al Infierno.
He de reconocer que en ese momento es que me di verdadera cuenta de que algo andaba mal. Me encontraba en un lugar nuboso, indistinto. Si tuviera que ponerle un nombre al mismo, le hubiera llamado Cielo en vez de Infierno, pues lo que el catecismo y las películas muestran del primero era más parecido al lugar donde me encontraba. Cierto es que las nubes eran cálidas, pero su calor no resultaba desagradable.
Mientras aún pensaba en a dónde había ido a parar, y si en verdad sería merecedor del Cielo (eso, aparte de ser excelente por todo lo que significaba, tenía además el agregado de que demostraba que mi teoría sobre las confesiones había estado acertada), una sombra se dibujó ante mí. La figura que salía lentamente de entre las nubes resultó el ser más hermoso que pudiera haberme imaginado durante toda mi vida, y aún me quedaba corto.
La figura era la de un ángel: un joven de rasgos muy finos y cabellos negros larguísimo. Una armadura dorada cubría sus ropajes, túnicas blancas que tapaban casi toda su piel. Su rasgo más notorio eran unas grandísimas alas negras, de plumas de águila, a juzgar por su tamaño, y de cuervo, a juzgar por su color. Su triste sonrisa, prometedora de paciencia y amor, se disolvió cuando abrió su boca para hablarme.
- Bienvenido al Infierno. Puedes llamarme Lucifer.
En nada se parecía aquél ser al Diablo de mi religión, al Demonio de las películas, al Señor de las Tinieblas Dantescas. ¿Y los cuernos y la cola? Y, puestos a ello, tampoco en nada se parecía ese lugar al Infierno. ¿Qué pasó con el fuego? ¿Y los gritos?
Lucifer debió darse cuenta de mi asombro, o leyó mi mente, o sencillamente ya estaba acostumbrado luego de la infinidad de almas que con seguridad habían estado allí, con esa misma expresión, antes que yo.
- Ya es un poco tarde para el aviso, pero la verdad es que no deberías creer en todo lo que lees o ves... - dijo, con voz pausada y ojos húmedos - Sobre todo cuando lees o ves algo que trata de explicar lo que nadie nunca ha visto.
- Pero - respondí tartamudeando -, ¿no está todo eso sacado de la Biblia?
- La Biblia no es más que una biblioteca de muchos libros, todos ellos escritos por muchos hombres, y traducidos incontables veces. Mucha gente defiende que, al ser la palabra de Dios, él ha podido hacer que permanezca inalterada a través de los tiempos. Pero basta ver dos ediciones cualesquiera de la Biblia para darte cuenta de las diferencias que contienen... En cada una de sus traducciones, algo ha sido cambiado y perdido, ya sea por ignorancia del traductor, o por intención de modificar su contenido - replicó él, con tranquilidad.
Ante mi muda mirada de asombro, fruto de sus palabras, y de la identidad de quien las profería, prosiguió.
- Mi Padre dotó a todos los seres con inteligencia, sentimiento, voluntad... Alma, en una palabra. Y por ello, cualquier humano puede haber escrito o borrado de la Biblia lo que creyera adecuado en un momento dado. Mi Padre sugiere - dijo, haciendo énfasis en la última palabra -, pero no obliga. Lo que debe entender el ser humano de la Biblia, de la Religión, es el Contenido, no la Forma... "Amarse los unos a los otros" es la única frase importante escrita en cualquier libro terrenal.
- Si los seres humanos se dieran cuenta de esto, menos problemas habrían - repuse, con sorna. ¿Qué hacía el Diablo, hablándome de tú a tú, y dándome lecciones del amor?
- Y menos guerras. No sabes el dolor que me causa escuchar a los humanos pelear porque la Biblia dice que las mujeres no deben usar pantalones. Si se pararan a pensar que, en la época en la que se escribió la Biblia, ni siquiera existían pantalones que prohibir... Más aún, aunque los hubieran, ¿qué importa ello? ¿Qué importa que la Religión haya prohibido comer pescado? ¿No notan que era sólo una manera de evitar que la gente se enfermara al comer carne pescada hace mucho tiempo, a muchos kilómetros de distancia?
Sin embargo, nada de esto escuché. Una frase dicha por Lucifer se había quedado rebotando en mi cerebro.
- ¿Dolor? ¿Te causa dolor las peleas en la tierra? Disculpa, pero... ¿No eres el Diablo?
- Sí, lo soy. Y, si sabes eso, entonces debes saber que soy su hijo predilecto, aquél que más lo ama. Como te dije antes, no creas todo lo que leas o veas. Soy un ángel; un ángel que ama tanto a su Padre, que acepté la misión más difícil de todas. Acepté venir aquí, acepté encargarme del Infierno, acepté representar lo malo y ser odiado por todos. Más aún, acepté no volver a ver nunca más la cara de mi Padre, aquello a lo que más amaba. - hubiera jurado que vi una lágrima resbalar por su mejilla - Y todo eso lo acepté en nombre de lo mucho que lo amo.
Aquello fue la gota que derramó el vaso. Alguien una vez me contó un chiste donde decía que el Infierno y el Cielo eran similares, y que la única diferencia era que el Cielo tenía un mejor publicista. Siempre me hizo gracia pensar en el Cielo como en un club social de entrada selecta, y en el Infierno como un bar donde siempre estaba prendida una fiesta.
Pero esto, sencillamente, no lo podía aceptar.
- ¿El Diablo, bueno? ¿El Diablo, amando a Dios? ¿Pero y todo lo que nos han enseñado? ¿Todas las escrituras? ¿Toda la dicotomía entre el bien y el mal?
- No me malinterpretes. El Bien existe, y por contraposición, el Mal. La capacidad de ambos está en el ser humano, por igual. ¿Nunca llegaste a pensar en por qué mi Padre no me eliminó, sencillamente? Me amaba, sí, pero también amaba a muchas personas sobre las que abatió plagas y desastres en algún momento. También ama al niño que deja sin madre a temprana edad. Mi Padre, si la situación fuera como la creen los humanos, podría sencillamente haber destruido a Adán y a Eva cuando pecaron, y haber hecho una nueva creación. El Mal no es el enemigo de mi Padre; es sólo otra faceta de su creación más grande, el ser humano.
- Mi Padre - prosiguió luego de un momento - podría acabar con todo el mal de la creación con sólo desearlo. Pero no quiere que la creación sea modelada por él, sino por los humanos. Y han sido los humanos quienes han creado el concepto del Bien y del Mal, y quienes los han modificado con el paso de las generaciones.
- Pero, y entonces, ¿a qué la necesidad de ti?
- ¿No te has dado cuenta? - dijo, sonriendo como un padre le sonríe a un hijo mientras le explica algo obvio que el niño no termina de entender - Hay mucha gente que se llena la boca diciendo que son ateos, que no creen en mi Padre. Sin embargo, todos creen en mí. Y, como podrás notar si lo piensas un momento, quien cree en mí, debe creer en él. Soy necesario, puesto que alabo la gloria de mi Padre.
Tardé un minuto en cerrar la boca, debido al impacto.
- ¿Pero entonces, nada de lo que damos por supuesto, nada de aquello en lo que basamos nuestras creencias, ninguno de nuestros dogmas, es real?
- Nunca pienses eso. Mi Padre es real, y el amor que siente por todos nosotros es real. Y yo soy real, y mi labor también lo es. La única diferencia es, puedes creerme - dijo, mientras su voz se cascaba en un sollozo -, que lamento con todo el corazón que estés aquí...
Su figura se envolvió otra vez en nubes, sin darme oportunidad de decir nada más. La última mirada con que me regaló, una mirada llena de compasión y dolor, se perdió en la oscuridad. Ésa es la última mirada que he visto desde entonces, aquí, en mi Infierno.
Lo único que se quema en el Infierno es la parte de tí que no soltó la vida, tus memorias, tus ataduras. Ellos queman todo eso. Pero no te están castigando. Ellos están liberando tu alma. Por ello, si estás asustado de morir y... y estás aferrándote, verás demonios arrancándote la vida a tiras. Pero si has hecho las paces contigo, entonces los demonios son realmente ángeles, liberándote de la tierra. -- La escalera de Jacob
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