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Tras cruzar el riachuelo cercano, las autoridades de Barquisimeto llegaron a casa de Eulalio y Eulogia luego de haber tratado, sin éxito, de comunicarse durante toda la tarde con él. El capitán Aurelio, cabeza del equipo, iba preocupado por lo que encontraría allá.
La casa era hermosa, como debía ser la casa de un arquitecto. Tenía un hermoso jardín, auténtico paraíso donde resaltaban las orquídeas, un par de eucaliptos, y otras plantas ecuatoriales
Mientras golpeaba la puerta, el capitán Aurelio pensó en el chico. Graduado de sus estudios universitarios en Anzoátegui, tras terminar su educación Eulalio se mudó a Barquisimeto, donde conoció a Eulogia, una ventrílocua, y tras un auténtico romance de película, se casaron.
Aurelio recordaba la euforia de la pareja esos primeros días, pero también recordaba con tristeza la forma en la que el matrimonio fue perdiendo fuerza con el pasar del tiempo. Al par de años de casados, justo antes del adulterio, ya solo un escuálido recuerdo del amor inicial de la pareja se mantenía, y cada vez estaban más desvinculados el uno del otro.
El problema fue que, en lugar de haber denunciado el adulterio, haberse separado o hasta repudiado, como era lo normal, y haberse divorciado, la pareja se dejó llevar por sentimientos cada vez más oscuros. Hasta que un día, este día, la policía recibió llamadas consecutivas de varios vecinos indicando que se escuchaban gritos y golpes en la casa de Eulalio y Eulogia. Y pues, temiendo la resolución del caso, Aurelio averiguó la dirección y se dirigió rápidamente hacia allá.
Al ver que no contestaban, el capitán forzó la puerta, y se encontró ante un espectáculo digno de una película de terror. Sangre salpicaba todas las paredes de la casa, y en el suelo yacían los cadáveres desfigurados, casi descuartizados, de la pareja, aún agarrando sendos cuchillos de cocina. Al parecer en esta última discusión ambos se habían dedicado a herirse el uno al otro de forma meticulosa, hasta que ambos murieron.
El capitán Aurelio salió de la casa a tomar algo de aire y llamar a los servicios forenses y funerarios. Mientras los esperaba, por alguna razón le vino a la mente una frase que siempre decía su abuelito: "Alas de murciélago, cola de lombriz, que hoy y siempre seas feliz", y no pudo sino sonreír amargamente ante la forma en la que algunas personas se esmeraban en no cuidar sus bendiciones.
Las sirenas y luces de los carros de policía que se acercaban lo devolvieron al tiempo presente, y con un suspiro, se levantó a recibirlos.