viernes, 17 de septiembre de 2021

Empatía


Micah supo, desde muy joven, que había algo raro en él, gracias al perro.

Calculaba que tendría unos nueve o diez años, once máximo.  Ya a esa edad iba solo desde su escuela a su casa, sin preocupaciones.  Goolwa era, ya entonces, más una ciudad pequeña que un pueblo grande, pero aún era lo bastante tranquila como para que los chicos pudieran vivir como chicos, en lugar de estar encerrados en sus casas.

Micah consideraba que había sido un chico normal en todo aspecto, hasta el incidente del perro.  No era ni alto ni bajo para su edad, ni tenía un color de cabello o de ojos que resaltara.  Todo en él era, según él mismo creía, anodino.

Y así, ese chico normal salió ese día normal de su escuela normal, y siguió el camino normal que lo llevaría a su casa normal.  Era un día hermoso (eso también era normal en el pueblo costero), de esos ni muy calientes ni muy fríos, donde el cielo te llena de alegría con solo mirarlo, y donde a todo niño le provoca caminar hasta su casa.

Ensimismado en sus pensamientos, y soñando con la tarde llena de juegos que le esperaba, Micah no se dió cuenta de por donde lo llevaban sus pies hasta que sintió, más que escuchar, el gruñido del perro.  No recordaba exactamente la raza del animal, pero estaba bastante seguro de que había sido un Rottweiler o algo parecido, y jamás en su vida había olvidado la mirada de odio que el perro le lanzó.

Micah se quedó congelado del miedo, sin poder moverse, sin poder apenas respirar.  Estaba seguro de que el perro lo haría trizas, lo devoraría entero.  Se imaginó a su madre llorando cuando le dieran la noticia de su muerte, y por alguna causa le preocupó que el perro se enterara de dónde vivía, y fuera a por ella y su hermana...

En ese momento, sin razón aparente, el perro lanzó un chillido y se encogió sobre el suelo de la calle.  Sus orejas se aplastaron en su cráneo, y el rabo le quedó recogido bajo su cuerpo.  El animal temblaba de miedo, y cuando sus ojos se cruzaron con los de Micah, no aguantó más, y salió corriendo despavorido.

El encuentro no había durado más de unos segundos, pero para el niño se sintieron como horas.  Sus piernas, hechas gelatina, no lo soportaron más, y cayó de rodillas al suelo, sin poder entender ni creer lo que había pasado.

* * *

Pasaron años hasta que Micah logró medianamente darle un nombre a lo que hacía: empatía psíquica.  Aunque las cosas que él hacía iban más allá de lo que ese término englobaba.

Simplemente, Micah lograba, de alguna forma, compartir sus sentimientos con aquellos que lo rodeaban.

Nadie se metía con Micah: los bullies del colegio, que molestaban a todos los demás chicos, no se metían con él.  Y las chicas que le habían gustado durante la secundaria, siempre habían gustado de él a su vez.

No entendía por qué era capaz de hacerlo, ni tenía capacidad para controlarlo.  Simplemente pasaba: sus sentimientos eran también los de aquello con lo que interactuara.

* * *

El tiempo siguió avanzando, como siempre lo hace, y Micah creció.  Para cuando terminó su carrera universitaria, ya no se consideraba a sí mismo normal ni anodino.  Su vida era buena, y las cosas le salían bien.  Y aunque en su trabajo profesional todo iba sobre ruedas, poco a poco le fue dedicando más atención a lo que más dinero le daba: ser hipnotizador de animales.

No importaba el animal con el que lo encerraran, no importaba qué tal salvaje fuera, Micah lograba evitar que lo atacara.  Normalmente el animal se asustaba de Micah, o simplemente se quedaba tranquilo mirándolo.  Fuera como fuera, el animal jamás lo atacaba.  Ni una sola vez había sido atacado o herido en ninguna de sus funciones.

Micah logró hacerse una pequeña celebridad en Goolwa, y poco a poco su fama de hipnotizador fue llegando a otros poblados e incluso a la capital.  Comenzó a aparecer en programas dominicales de televisión, en noticieros, y eventualmente en programas dedicados a él.  El dinero le llovía, y su fama crecía cada vez más.

La pièce de résistance de sus habilidades fue sugerida por su agente.  Hasta ahora se había enfrentado a muchos animales, pero había algo en común en todos ellos: perros, leones, tigres, e incluso un rinoceronte, habían sido domados sin problema.  Todos mamíferos.  Una vez domó a una bandada de gansos, todos a la vez!

Pero nunca había tratado de hacerlo con un tiburón.

Se esperaba que el programa rompiera récords de audiencia, y las entradas presenciales se habían agotado.  El tiburón había sido colocado en un área especial, una especie de piscina redonda con bordes de vidrio que permitían visión 360 de su interior, con una tarima sobre ella desde donde él se lanzaría al agua.

Mientras Micah subía a la tarima, iba francamente aterrado.  Siempre que se enfrentaba a un animal para domarlo, el nerviosismo se apoderaba de él, pero esta vez era terror lo que lo dominaba.  Los ojos sin vida del tiburón lo habían alterado mucho.

Se paró sobre la piscina mientras el presentador daba su introducción.  Sentía que le faltaba el aire, y que el corazón se le saldría del pecho.  Sabía que era absurdo, y que no corría realmente peligro, pero no conseguía calmarse.  No paraba de darle vueltas en la cabeza al hecho de que, si seguía así, se desmayaría o le daría un infarto.

Justo cuando la presentación terminó, y la muchedumbre inició un ensordecedor aplauso, Micah consiguió su centro.  Había hecho esto muchas veces, y sus fanáticos estaban ahí por él.  Era el encantador de bestias, dominador de monstruos, y este era solo un animal más.  No dejaría que el tiburón lo derrotara, y mucho menos antes de su pelea.

Para cuando se lanzó al agua, ya se había calmado.  Ya no sentía terror.

Por ende, el tiburón tampoco.

Enterraron parte de su torso, y una de sus piernas, que fue lo único que el tiburón dejó sin despedazar.

No hay comentarios: