jueves, 23 de diciembre de 2010

Linaje Primal



Bajo la neblina de la fría mañana, los dos jinetes se acercaron al Monasterio del Silencio. El aliento de sus gigantescas monturas -un Fenrir de las montañas, especie de gran lobo, y un Corredor del Viento, similar a un dragón sin alas- se condensaba apenas salía de sus hocicos, formando nubecillas que los precedían en su camino.

Los animales se detuvieron a varias decenas de metros del monasterio, desde donde numerosos acólitos los observaban, espectantes. Las dos figuras se apearon, amarraron sus monturas a un árbol cercano, y se quitaron las capas con las que se protegían del frío matutino, arrojándolas al lado de sus animales.

Uno de los jinetes era un humano, más bien bajo y delgado, con cabello color miel que parecía no haber sido peinado nunca. La toga oscura que usaba, y el báculo que empuñaba, denotaban que era un hechicero de alguna clase. El otro jinete fácilmente ocupaba cuatro veces el volumen del humano: la capa a duras penas podía ocupar el ancho torso y los gruesos brazos, cubiertos de la verde piel de un orco.

Sin variar la expresión concentrada en sus rostros, empuñaron sus armas -el báculo, en el caso del hechicero, y un par de armas en forma de garras, para el orco-. Hablaron un momento en voz baja, tras lo cual el orco susurró una sola palabra -"Liebre"- y sin mayor preámbulo, avanzaron hacia el monasterio.

Los Acólitos del Silencio les salieron al paso, armados para detenerlos, pero los dos jinetes resultaron ser una amenaza mayor a lo previsto: el orco se movía a una velocidad increíble, y sus garras eran solo un borrón rojizo contra la neblina. Numerosos acólitos murieron antes de darse cuenta de qué era lo que estaba ocurriendo, y poco a poco la mole verde se tiñó de sangre, en su ruta hacia la puerta principal.

Los poderes del hechicero resultaron igual de mortíferos, y un poco más grotescos: de su bolsa se elevaron numerosos trozos de hueso teñidos en rojo, y comenzaron a trazar círculos y espirales a su alrededor, como protegiéndolo de lo que se acercara. Cada vez que el hechicero se concentraba en un enemigo, un trozo de hueso brillaba y se lanzaba hacia la víctima, clavándose en su cuerpo y explotando.

Los acólitos trataban de apartarse de su camino: se decía que aquella persona que resultaba herida por un hueso maldito no podía ser curada, y si moría, su alma no podía ser retornada a su cuerpo por ningún tipo de magia... Para colmo de males, el necromante -pues eso resultó ser- aprovechaba además los cuerpos caídos, uniendo sus huesos a los que ya poseía, y a veces levantando sus cuerpos para que lucharan contra sus antiguos aliados.

La noche anterior, el patio del monasterio había sido un bello jardín, verdeado de grama y hermosas plantas. Breves minutos después de que la lucha comenzó, se había convertido en una mezcla de restos informes y charcos de sangre, sobre la que solamente las dos figuras de los recién llegados permanecían en pie.

Los atacantes avanzaron con paso seguro hacia las puertas del monasterio, ahora cerradas a cal y canto. El necromante extendió su mano, y una calavera se desprendió del cuerpo del acólito al que había pertenecido, y se posó en la misma. La calavera se tiñó de rojo, y al momento voló hacia el centro de las puertas; al impactar en las mismas, estalló con fuerza en una nube color rojo sangre.

Cuando el humo se posó, una de las puertas guindaba ridículamente de uno de sus goznes, y la otra estaba caída en el piso, rota por la mitad.

El orco y el humano subieron los escalones externos del monasterio, pero una figura los esperaba en el umbral de la puerta: una elfa, delgada y rubia, con una túnica negra de estilo similar a la que usaba el necromante.

- No pasarán -dijo la elfa, con voz desprovista de cualquier sentimiento.

- Vesna? -respondió, sorprendido, el humano.- Qué haces aquí?

- Protejo lo que vale la pena ser protegido, de desgraciados como ustedes!

- Vesna, -sonó la grave voz del orco- necesitamos el collar. Y sabes por qué. Es lo mejor... es lo único que podemos hacer! Si no completamos los amuletos a tiempo, Aden estará perdido.

- Y eso justifica el robo, la matanza?!? Chicos, eran héroes!!! Qué les ha pasado? -gimió la elfa, una lágrima rodando por su mejilla.

- Aún lo somos, -respondió, sombrío, el humano- y por eso hacemos lo que debe ser hecho. Aunque nos duela...

- Pues no los dejaré, Richard. Si quieren entrar al monasterio, tendrán que pasar sobre mí...

Vesna alzó su báculo, y uno de los cuerpos de los defensores comenzó a levantarse. Palabras arcanas surgieron de sus labios, y un fulgor rojizo la rodeó.

- Cuidado! -gritó el necromante al orco, al tiempo que se echaba hacia un lado. Los cuerpos que estaban a sus pies comenzaron a estallar, lanzando carne, huesos y visceras en todas direcciones- Zoreck, -gritó al orco- avanza y toma el collar! Yo me encargaré de Vesna!

El orco cerró los ojos un momento, y susurró una palabra: "Lobo"; cuando los abrió, sin mediar palabra, corrió hacia las puertas. Los necromantes solamente vieron un borrón verde que pasó a toda velocidad al lado de la elfa, y se internó en el monasterio.

Vesna se giró, con el rostro congestionado, en busca del orco, pero se volvió rápidamente al escuchar al humano iniciar un hechizo, y comenzó de inmediado un hechizo de protección...

* * *

Zoreck avanzó como una exhalación por los pasillos del monasterio. La construcción estaba vacía, en su mayor parte, pero algunos acólitos, obispos, y otros Clérigos del Silencio, que se encontraban aún dentro trataron de detenerlo, y ahora sus cuerpos se desangraban sobre el mármol de los pisos.

El orco recorrió el monasterio hasta llegar al otro extremo, y al llegar a la capilla principal encontró -sin mayor protección- el Collar de Frintezza. Los clérigos confiaban en el poder de su número, en la protección de su fé y de las supersticiones que los protegían, y en el secretismo con el que ocultaban su paradero, además de el duro camino que había que recorrer para llegar a ellos.

Con una sonrisa cínica, Zoreck agarró el collar -gélido al tacto-, casi esperando que una maldición -o una roca gigante- cayera sobre él, y salió del monasterio.

* * *

Apenas traspasó las puertas de entrada, el orco se detuvo. El cielo estaba cubierto de fulgores rojos, y explosiones sonaban por doquier, mientras los dos necromantes manejaban las energías de los espíritus a su alrededor en sus ataques.

Numerosos cuerpos caminaban o se arrastraban a su alrededor, algunos completos, otros medio destruídos, y trozos de huesos volaban por doquier. La imagen, digna de cualquier pintura o cuadro que representara el dominio de Shilen, era aterradora.

Vesna sintió más que vió la presencia del orco, y se giró con la preocupación pintada en el rostro hacia él. Al notar el collar en sus manos, un grito de dolor escapó de sus labios, y comenzó a realizar un hechizo dirigido al goliath verde.

A mitad de camino, la voz murió en sus labios, y el brillo de sus manos se disipó... Giró un poco su cuello, para ver a Richard, justo tras ella. Un hueso teñido en rojo estaba en sus manos, la punta profundamente incrustada en la espalda de la elfa.

Una lágrima rodó por el bello rostro de Vesna, y su cuerpo se deslizó hacia el suelo, quedando inmóvil. De inmediato, el cielo se aclaró, y los cuerpos dejaron de moverse, cayendo al piso como marionetas a las que les hubieran cortado los hilos de un golpe...

Los dos sobrevivientes de la lucha se detuvieron un momento alrededor del cuerpo de la elfa, como rindiendo homenaje a su antigüa compañera, y sin decir una palabra, se dirigieron a sus monturas. Con sombrío ánimo, se subieron a ellas, y emprendieron el largo camino de regreso.

* * *

Minutos después, ambos de detuvieron sobre una elevación del terreno, para observar el valle del Monasterio del Silencio. Una fina capa de escarcha comenzaba a cubrir la bolsa de cuero, colgada de la cintura del orco, que contenía el Collar de Frintezza.

La destrucción había sido notoria. Algunas figuras se movían entre los muertos y heridos -clérigos, seguramente, tratando de curar o revivir a los que se pudiera-. Al lado de la figura de Vesna -fácilmente identificable por su rubio cabello y lo negro de su toga-, un obispo estaba de rodillas, utilizando sus hechizos para tratar de revivirla. Zoreck frunció el ceño cuando vió que el cuerpo de la elfa se incorporaba, con una mano en la cabeza como si estuviera mareada.

- No sé mucho de magia -le dijo al humano- pero qué no ocurre que los muertos por huesos malditos no pueden ser revividos?

El necromante se caló su capucha en la cabeza, y sin mirar al orco, le respondió:

- Es así... Pero acostumbro llevar algunos huesos normales en la alforja... Solo por si acaso...

El orco lo miró de hito en hito. Echando la cabeza hacia atrás, profirió unas estruendosas carcajadas que retumbaron en el cañón bajo ellos, y llegaron con seguridad al valle a sus pies.

- Richard, eres un sentimental! -rió, y espoleó a su Fenrir para que iniciara el camino.

Con una última mirada al valle, el necromante le siguió...


Estoy cansada de solo sentarme a esperar a que algo pase... -- Winry Rockbell

Tienes un corazón fuerte. Sin miedo. Pero estúpido! Ignorante como un niño! -- Neytiri

Podría haber dicho "no es nada personal", pero solo mirar a tu estúpida cara lo hizo ser personal. -- Richard

1 comentario:

O.K. dijo...

Excelente, Górkido. Este relato hizo mi día.