miércoles, 31 de diciembre de 2008

Elfentanz


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La Madre Noche, que todo lo oculta y todo lo consiente
Una vez más nos presta sus velos.
¡Venid, vosotros, criaturas de la Noche!
¡Venid, elfos, señores de lo invisible!
Que la Noche nos llama una vez más a reunirnos.
Sobre la Tierra, sobre los hombres que nada sospechan,
La Hora del Espíritu desciende de nuevo.
Elfenlied, canto I
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En una época, los humanos conocían la Canción. Y cuando la Canción se escuchaba, los hombres y los hijos de los hombres se acurrucaban dentro de la protección de sus hogares y trazaban con sus dedos amuletos protectores. Porque la Ronda no era para ser contemplada por ojos mortales. La Hora del Espíritu no le pertenecía a los humanos.

Esa noche, muchos de los niños tendrían pesadillas. A la mañana siguiente, pequeños detalles se encontrarían fuera de lugar. En las casas de los menos afortunados, la leche amanecería estropeada y los animales estarían cansados e irritables. En las casas de los más afortunados, algunas tareas estarían terminadas sin que ninguna mano humana las hubiera completado. En raras ocasiones, una de las yeguas amanecería embarazada con un potrillo que al crecer sería frágil e indisciplinado, pero veloz como el viento. Las viejas tomaban esto como una advertencia hacia las jóvenes incautas. Porque no siempre era una yegua la que amanecía embarazada.

Pero esas épocas estaban ya muy lejos. Los hombres con sus máquinas habían rasgado los velos de la noche. La Hora del Espíritu había sido robada por los hombres. La Canción ya no se dejaba escuchar, y la Ronda ya no podía ser contemplada. Los hombres eran también mucho menos sabios, y no confiaban en nada que no pudieran ver con sus ojos.

Cuando regresó a la residencia de sus antepasados después de una ausencia de casi tres décadas, Leo Markwort había olvidado el momento en que escuchó por primera vez la Canción. Y ese era un olvido que podía costarle muy caro.

Su hija Ellen bajó del carro apoyándose en las muletas. Como siempre que la veía, Leo sintió que alguien estrujaba su corazón como un coleto rebelde. Su adorada hija de dieciséis años, que debería estar ahora disfrutando sus mejores años pensando en fiestas y en muchachos, se veía mortalmente pálida y era incapaz de caminar sin las muletas. Desde su más temprana infancia, los médicos habían advertido a Leo y a Johanna que su única hija jamás sería una atleta.

Ellen le dedicó a sus padres una macilenta sonrisa.

- Este aire me hará bien- dijo, inspirando profundamente-. Ya empiezo a notarlo.

Leo y Johanna se forzaron a responder a la sonrisa.

- Estoy seguro, hija -respondió Leo-. Caramba, recuerdo cuando yo vivía aquí...


* * *


Al principio, el joven Leo no se había hecho preguntas acerca de la extraña niña que él se encontraba en el bosque. Solía aparecer siempre a media tarde, nunca de mañana. Era ligera y rubia, y sabía trepar a los árboles tan bien como cualquier chico. En los veranos, solían ir a bañarse juntos en el río, ambos con pantalones cortos. La niña sabía nadar muy bien, y se lanzaba al río con una gracia inconsciente que Leo deseaba poder imitar.

- Cómo te llamas?- preguntaba Leo.

- Yelyena -respondía la niña, inmutable. Otras veces sería "Yvigenia". O algún otro nombre. Otras veces ella se negaría a contestarle, como dando a entender que no debían perder tiempo en esas estúpidas preguntas. A veces, cuando el interrogatorio de Leo llegaba a extremos molestos, la niña tomaba la flauta que siempre llevaba consigo y empezaría a tocar una melodía. La música que ella tocaba era cautivante, simple al principio, y luego ella le añadiría más florituras y modificaciones a la melodía original, hasta que era casi demasiado compleja para seguirla. Cuando tuvo el conocimiento para entenderlo, Leo se convenció de que ella improvisaba todas y cada una de sus melodías. Nunca repetía ninguna.

Más que cualquier otra cosa de ella, Leo adoraba su música. A veces, cuando veía que su humor era el adecuado, él la hacía rabiar tan sólo para que ella tocara la flauta. Sólo cuando ella estaba de humor adecuado. Porque a veces ella prefería irse, y Leo jamás la habría encontrado en el bosque a menos que ella quisiera ser encontrada.

- Mis amigas viven en el río -decía ella-. Algún día deberías conocerlas.

- Qué amigas?

- Mis amigas -respondió ella evasivamente. Esta vez paseaban por la orilla del río, completamente vestidos. Entonces ella encontró un árbol adecuado para trepar, y subió a él. Con algo de dificultad, Leo la siguió.

- Mira, allí está una de ellas -había dicho ella, apuntando hacia el cauce del río.

- Dónde? -preguntaba ingenuamente Leo.

- Allí, tonto. Acércate más, la rama no va a romperse.

En ese momento Leo estaba balanceándose precariamente en una rama del árbol que se extendía sobre el agua. Escrutando el lugar que ella señalaba, a Leo le parecía distinguir una ondulación plateada. Tal vez fuera una trucha, o...

Leo perdió su inseguro agarre en la rama, y fue a caer de espaldas sobre el agua, con todas sus ropas. En este punto el río era bastante profundo para cubrir totalmente al niño, y su posición desprevenida al caer no le ayudó a recuperarse. Por unos segundos de verdadero pánico, Leo pensó que no podría salir a la superficie, que la corriente lo arrastraría y encontrarían su cuerpo ahogado río abajo. Cuando logró recobrar el control y nadar hacia la orilla, había tragado suficiente agua para quedarse unos segundos tosiendo sobre la tierra fangosa. Yelyena, o Yvigenia, se desternillaba de risa.

- Te parece muy divertido? -la increpó él, cuando logró recuperar su voz-. ¡Me caí al río por tu culpa!

- ¡Y bien merecido lo tienes, niño tonto! De todas maneras no hubieras podido verla. A ellas no le gustan los extraños.

- A quién?

- ¡A las ondinas, estúpido! ¡A mis amigas!

- Pues sabes lo que creo? ¡Que no existen tus famosas amigas! ¡Nadie vive en el río excepto los peces, cualquier idiota sabe eso! ¡No eres más que una niña tonta y mentirosa!

El rostro de Yvigenia se congestionó de furia.

- ¡Y tú no eres más que un... un geistblind! -había replicado ella-. ¡Un humano ciego y tonto! ¡No quiero verte más! -y se había dado la vuelta y echado a correr.

- ¡Bien! -exclamó Leo. Pero, después de algunos minutos, había empezado a pensárselo bien. La niña era su mejor amiga, su única amiga. La propiedad de los Markwort abarcaba muchos kilómetros cuadrados, y no había ninguna familia cerca con niños de la edad de Leo, ni de cualquier edad-. ¡Vuelve! -había gritado él-. ¡Yelyena, vuelve! ¡No eres una niña mentirosa!

Y caminó en la dirección en que se había marchado ella, tratando de conseguir huellas o cualquier otro indicio de su paso. No consiguió nada. Estaba empezando a atardecer, y Leo tenía que volver a la casa. Furioso y frustrado, había iniciado su camino de regreso.

Cuando llegó, el sol se estaba poniendo, y le pareció que escuchaba tras él una flauta tocando una melodía burlona.


* * *


- Querida, me harías el favor de chequear si tenemos agua? -dijo Leo.

Johanna fue hasta el fregadero y abrió la llave. Por unos segundos la tubería no hizo más que producir ruidos extraños, pero luego un agua cada vez más clara brotó del grifo.

- Pues sí, parece que tenemos. Este lugar es maravilloso. Por qué nunca nos habías traído aquí?

- Para serte sincero, casi me había olvidado que existía. Viví aquí por unos dos o tres años, cuando era niño. Luego nos mudamos a la ciudad, para mi fortuna. Ya sé que a veces se dice que el campo es el mejor ambiente para los niños, pero quien dijo eso no tuvo que vivir en un chalet perdido en medio de ninguna parte.

- Pues a mí me parece muy civilizado -replicó Johanna-. Tenemos agua, electricidad, teléfono, y el pueblo no está a más de cuarenta minutos en carro.

- Qué puedo decirte? Son estos tiempos modernos. Acortan las distancias...

Johanna sonrió, y plantó un suave beso en los labios de Leo.

- Esto le hará bien a Ellen -dijo ella-. Ya verás.

Leo la abrazó con fuerza. Mejor que sí. Mejor que esto le sentara bien a Ellen. Porque se estaban quedando sin opciones... Y, sin importar con cuánto ahínco lo intentaran, Johanna no parecía ser capaz de embarazarse una segunda vez.

- La habitación de huéspedes en el piso de arriba será mi estudio. Conectaré allí el modem, y podré trabajar sin salir de la casa -dijo él.

- Yo podría intentar conseguir un trabajo a medio tiempo en el pueblo. Supongo que incluso un lugar como ese debe tener una tienda en la que yo pueda servir de dependienta -comentó Johanna-. Este verano, si Ellen se mejora...

Leo asintió. Ambos sabían que eso no pasaría nunca. Desde que habían sabido de la enfermedad de Ellen, por una especie de acuerdo tácito Johanna había dejado de trabajar para dedicarse por entero a su hija. Le tocaba a Leo, experto en computadoras y ocasional escritor de historias cortas, el ganarse el sustento de la familia. Lograba hacerlo. Y la reciente muerte de su tía abuela Karen, que entre otras cosas le había reportado la propiedad de este lugar, también había significado algún dinero adicional para los Markwort.

- Bajaron ya las cosas del carro? -preguntó Ellen, apareciendo en el umbral-. Tengo algo de hambre.

- Ya lo haré, querida -dijo al instante Johanna-. Estás cómoda? Qué tal tu habitación?

- Muy bien, a pesar de que hay una capa de polvo como de dos centímetros cubriéndolo todo. Apreciaré no tener que subir escaleras.

- Me preocupa que tu habitación esté en el piso de abajo y la nuestra esté arriba.

- Sobreviviré, mamá. He dormido sola por varios años, gracias. Oye, papá, debiste haberte divertido de lo lindo cuando vivías aquí. Este lugar es fantástico.

- Pues... sí, supongo que lo hacía -respondió Leo, repentinamente desconcertado. Qué era lo que recordaba de su vida aquí?-. Me parece recordar que hay un río por allí. Algún día vamos a buscarlo juntos.

- Seguro -dijo Ellen, y se marchó para continuar con su exploración de la casa.

En ese momento regresó Johanna con las primeras bolsas de víveres que habían comprado en el pueblo.

-Te ayudaré -ofreció Leo.

-Gracias, amor. Ah, y cuando tengas tiempo corta algo de leña. Tengo planes para esa chimenea.


* * *


Leo sudaba mientras partía la leña. Estaba en el patio trasero de la casa, y a sus oídos llegaba el sonido de Ellen tocando la guitarra. Era una melodía triste. Ellen era normalmente una muchacha alegre, considerando sus circunstancias, pero en su música se revelaban las emociones que no podía exteriorizar frente a sus padres. La fortaleza de la familia Markwort, especialmente la de Johanna, dependía en gran medida de la actitud de Ellen. Resultaba extraño que dos personas adultas y maduras tuvieran que apoyarse en una muchacha de dieciséis años con un defecto congénito, pero así era. Sin la alegría, o aparente alegría, de Ellen, esta familia se derrumbaría en poco tiempo.

- Eres viejo -dijo una voz infantil a espaldas de Leo.

Leo se volvió sobresaltado. Quien le hablaba era una muchacha rubia y esbelta de unos trece o catorce años, encaramada indiferentemente en un travesaño de madera a unos pocos metros del hombre.

- Pues... supongo que sí, comparado contigo -dijo Leo, pasándose la mano por su incipiente barba con absurda vergüenza-. De dónde vienes? Esta es la propiedad de los Markwort.

- Ya sé -dijo la niña, con sus enormes ojos marrones aún fijos en él.

- Oye, quién eres? No deberías estar aquí. Acabo de mudarme a esta casa, pero sé que no hay ninguna otra en varios kilómetros a la redonda. Esta es mi tierra.

- Dije que ya lo sé -replicó la niña, como fastidiada de que él tuviera que repetirlo.

- Cuál es tu nombre?

- Ylysse.

Leo frunció el ceño.

- Sólo Ylysse? Pues bien, pareces estar muy lejos de casa. Tengo carro. Podría llevarte si quieres.

La niña negó con la cabeza.

- Estoy cerca de casa. Te das cuenta de que está atardeciendo?

Leo observó la tonalidad rojiza del cielo, sin ver a qué conducía la observación de Ylysse.

- Puedo verlo. Mira...

- Esta noche habrá canciones -dijo con convicción Ylysse. Luego:- Quién es esa que toca?

Leo volvió la mirada hacia la casa. La guitarra de Ellen seguía llegándoles clara y audible.

- Es mi hija Ellen. Es joven, algo mayor que tú. Tal vez podrías conocerla...

Leo se calló de golpe al ver que estaba solo. Ylysse ya no estaba sentada en el travesaño.

- Qué demo...? -se dijo el hombre, a punto de adentrarse en el bosque en pos de la niña. Pero una voz, algo dentro de él, le dijo: "No creo que sea una buena idea".

El sudor que cubría el torso de Leo le hizo sentir frío, acariciado por la fresca brisa del atardecer.

Leo empezó a recoger la leña que había cortado.


* * *


- Durmieron bien, todos? -preguntó Johanna, en la mesa del desayuno.

- Muy bien -respondió Ellen, con más color del habitual en sus mejillas-. Papá, por aquí cerca hay algún campamento o algo?

- Por qué lo dices? -preguntó Leo, con una repentina opresión en el pecho.

- Es sólo que anoche me pareció escuchar canciones. Más bien como cánticos, como personas celebrando. No hay por aquí un área de temporadistas o algo por el estilo?

- No, querida. Toda esta tierra es de tu padre en muchos kilómetros a la redonda -apuntó Johanna-. Leo, tal vez deberías pedir a la policía que revisara la propiedad. Tanta tierra, abandonada por tanto tiempo... No me sorprendería que algunos ocupantes la estuvieran usando.

- La policía ya estuvo aquí -dijo Leo-. Los llamé antes de venir, y les hice prometer que uno de ellos le daría una vuelta a la propiedad. No encontraron signos de que alguien hubiera estado aquí en un buen tiempo.

- Me alegro. Hubo un lugar, no recuerdo donde, en que la policía encontró esqueletos de animales y lugares que eran usados para ritos. Uno de los...

- ¡Johanna! -la amonestó Leo.

- ¡Es algo que sucede! Ahora que estamos en el campo, debemos saber que no todo es saludable contacto con la naturaleza. Aquí no hay...

- Estuve escuchando la radio hasta tarde, mientras trabajaba -dijo Leo-. Eso debió ser lo que tú oíste, Ellen.

- Te acostaste a la misma hora que yo, querido -comentó Johanna.

- No podía dormir, y me levanté a media noche.

- Ah -dijo Johanna, dando por terminada la discusión. Ellen no dijo nada más, pero se quedó observando detenidamente a su padre.


* * *


- Te digo, Hans, que deberíamos ser más cuidadosos con los visitantes furtivos. Por la mañana a menudo se encuentran rastros de personas que vienen a invadir nuestra propiedad.

- La policía no hace nada, Dieter. He hablado con ellos de esto, y se encogen de hombros. Una vez los convencí de venir a observar las huellas de una celebración que aparecieron en la parte norte hace unas semanas. Uno de los policías casi me hace la señal contra el mal de ojo. La gente de por estas partes es supersticiosa.

- Jóvenes, de eso se trata. Maleantes que vienen a emborracharse y quién sabe a qué cosas más. Deberíamos cercar la propiedad.

- Pues yo sé qué remedio aplicarles si me encuentro con ellos en mis tierras -dijo Dieter, haciendo el gesto de preparar una escopeta.

- Yo sé quiénes son -dijo tímidamente el joven Leo, desde la mesa del desayuno.

Los dos hombres se volvieron a mirarlo.

- Es la gente que viene a bailar en la noche. Vienen a hacer la Ronda. Mi amiga Yrina me dice que vienen de todas partes.

- Piensa en esto con mucho cuidado, Leo -dijo Dieter con suavidad-. Qué gente? Quién es esa Yrina?

Leo vaciló. No quería que Dieter disparara su escopeta contra Yrina, si llegaba a encontrársela en el bosque. Yrina era su amiga.

- Sólo alguien con quien hablo en el bosque -dijo cuidadosamente Leo-. Ella me dice que vienen de todas partes, del río y de los árboles, y que algunos hasta vienen volando. Por la mañana se encuentran sus huellas en la hierba, huellas demasiado pequeñas para ser de pies humanos.

Dieter asintió, como diciendo "me lo esperaba", y se volvió para proseguir su conversación con Hans.

- Este niño ha escuchado muchas historias de los sirvientes -fue su comentario final.


* * *


Leo no pensó que encontrar de nuevo el río le resultara tan fácil. Pero había llegado en unos treinta minutos. Le pareció recordar que él se había bañado muchas veces en este preciso lugar, en compañia de su amiga...

Detuvo sus pensamientos, desconcertado. Qué amiga? El no había tenido ninguna amiga o amigo de su edad cuando había vivido aquí. Sin embargo, el suave murmullo del río parecía traerle recuerdos de una risa argentina y el sonido de una flauta.

Un objeto encima de una roca llamó su atención. Sin saber claramente lo que esperaba encontrar, Leo se aproximó a la roca con cautela.

Un preservativo. Usado. Leo se cubrió la boca, para ahogar un sonido a medio camino entre una risita y un gemido de repulsión. Con la punta de su zapato, lo pateó al río para que fuera arrastrado por la corriente. Qué les parece, amigos ecologistas?

Eso era todo. Nada de amigas misteriosas. Sólo unos jóvenes vagos que venían a...

- Viniste a visitar a las ondinas?

Leo se volvió rápidamente. De nuevo Ylysse. El extraordinario don de esta niña para acercarse sin ser percibida le ponía a Leo los nervios de punta.

- Supongo que tú no sabes nada de esto -le dijo Leo. Ylysse era muy joven, pero él había escuchado historias... La comparación con su hija le produjo un aguijonazo de dolor.

- Yo sé algo de todo lo que ocurre en estas tierras -replicó la niña.

- No lo dudo. Dónde vives?

- Aquí -dijo Ylysse, abarcando con un gesto todo el bosque-. Debajo de una hoja caída por el otoño. En la rama de un árbol. En el destello de la Luna entre el follaje.

- Oye, chiquilla, ésta es mi tierra y no estoy para bromas.

- ¡Qué pretensión! Dices que ésta es tu tierra? Con qué derecho, cuando otros seres ocupaban esta tierra mucho antes de que tú llegaras? Mucho antes de que existiera un Markwort. Mucho antes de que...

- ¡Cállate! -le ordenó exasperado Leo. La niña lo estaba haciendo perder el control.

- Esta noche volverá a haber Ronda. Puedes venir, si recuerdas el lugar. Creo que te resultará muy instructivo.

Después de estas palabras, Ylysse se alejó corriendo. Con una exclamación, Leo salió tras ella. Estuvo corriendo por varios minutos, pero no logró alcanzar, ni siquiera ver, a la niña. Cuando desistió, se había perdido, y tardó mucho tiempo en encontrar el camino de regreso a casa.


* * *


Ylysse tenía razón. Leo debería acordarse del lugar de la Ronda. Porque él mismo lo había visitado, mucho tiempo atrás.

Una noche, el joven Leo se había escabullido de la casa para seguir los cantos que escuchaba a menudo. Las palabras de la canción no estaban en su idioma, pero él podía entenderlas de alguna forma. Algo sobre hadas, elfos y gnomos, de rondas que terminaban en la alborada y espíritus que eran invisibles a los hombres.

Había seguido los sonidos hasta un claro en la parte noreste del bosque, bastante alejado de la casa. Extrañamente, cuando estuvo prácticamente en la fuente del sonido, notó que su volumen no era mucho mayor que el de una conversación normal. No debería haber podido escucharlo desde tan lejos.


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¡Apresurémonos, seres de la noche!
Concluyamos nuestros asuntos con premura,
Que el Sol, tan traicionero, ya se asoma
Y viene a marcar el fin de nuestra hora.
Terminarán las amorosas reuniones,
Terminará nuestra fiesta desenfrenada.
Que de los hombres, y de los hijos de los hombres
Es el tiempo que comienza ahora.
Elfenlied, canto XXIV
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El joven Leo observó maravillado la escena. Una enorme cantidad de personas estaban congregados en el claro, cantando y bailando. El grupo estaba compuesto por hombres y mujeres de apariencia etérea y sobrenatural. Todos estaban dotados de una belleza que arrebató los sentidos del niño. Algunos, en las alocadas revoluciones de la danza, se separaban del suelo y no volvían a bajar. Algunos estaban solos y otros en parejas. Las parejas se componían de individuos del mismo sexo o de sexo opuesto. Las vestimentas de los bailarines, aunque opacas y cubriéndoles la mayor parte del cuerpo, parecían ligeras y vaporosas.

En su afán por observar más, Leo abandonó la cubierta de los arbustos tras los que se había estado escondiendo. La mayoría de los bailarines no le prestó atención, entregados como estaban a su celebración, pero el grupo que estaba más cerca del muchacho lanzó una exclamación al verlo.

- ¡Un humano! -dijeron, y Leo no supo cómo logró entender el idioma. Parecía que estuvieran aún cantando-. ¡Un hombre, hijo de los hombres!

- ¡Devorémoslo! ¡Es muy joven, será un bocado digno de un rey!

- ¡Coloquémosle un encantamiento y enviémoslo de regreso!

- ¡Un encantamiento de buena fortuna, para que nos agradezca su felicidad!

- ¡No! ¡Un maleficio, para castigar su curiosidad!

- ¡Carguémoslo de dones y hagamos de él uno de los hombres prominentes de su tiempo!

- ¡Enviémosle al pasado de hace cien años, para jugarle una broma!

- ¡Déjenlo! -dijo de repente una voz familiar-. ¡Es mi amigo!

Leo no se sorprendió al ver a Yrina... o Yelyena... que acudía en su defensa.

- ¡Es un humano! -dijeron los otros-. ¡Es un hombre, hijo de los hombres!

- Es un Markwort -replicó Yvigenia-, el hijo de los amos de la tierra.

- ¡Puede vernos! ¡Ha pasado tanto tiempo desde que un humano es capaz de vernos!

- Es mi amigo -concluyó Ytresse-. A él le concedo la gracia de la visión. Le doy la licencia de la curiosidad. Le permito la libertad de la danza.

- ¡Que dance, entonces! ¡Vamos, humano, únete a la fiesta!

Y Leo había danzado y había cantado junto con los demás, sin saber bailar y sin conocer la canción. Había bailado mayormente con Yelyena, que se entregaba a la celebración con frenética alegría. Las ondinas, sus amigas que vivían en el río, habían jugado y reído con él. Las hadas lo habían alzado en sus alas. Las dríadas le habían explicado el complejo equilibrio de la naturaleza.

Entonces un gallo había cantado, y todos los nuevos amigos de Leo habían desaparecido. El muchacho se encontró de repente solo en el bosque.

Pero, cuando puso rumbo a la casa, descubrió que no estaba tan lejos como había pensado.


* * *


Leo no supo qué fuerza guió sus pasos cuando se encaminó esa noche al lugar de la Ronda. Ahora recordaba algo de Yelyena, su extraña amiga del bosque. No mucho, al menos no conscientemente, pero suficiente para permitirle encontrar el claro en que se llevaba a cabo la Ronda. Extraño que un claro del bosque permaneciera inmutable durante tantas décadas. O tal vez no? Dentro de todo este extraño asunto, resultaba lo menos extraño de todo.

Leo no lograba escuchar nada más que ecos de la Canción. Había perdido mucho de la visión. La vida entre humanos se la había arrebatado. Cuando llegó al claro, le pareció notar extraños destellos a la luz de la luna, pero eso fue todo. No podía llegar hasta aquí y ser derrotado por su propia ceguera. Cerró con fuerza los ojos. "Lo verdaderamente real no es visible", se dijo. "Acaso ves el viento que te alza a los cielos, o la música que exalta tu alma, o el amor que alegra tu vida?" No supo de dónde salían las palabras, pero parecían apropiadas. Después, se esforzó por recordar un fragmento de la Elfenlied.


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Las ondinas, señoras del reino acuático.
Las dríadas, monarcas del reino vegetal.
Los espectros, temibles mensajeros de la Muerte.
Las hadas, amas del aire y el pensamiento.
Y los elfos, maestros de todo lo invisible,
Amos de todo lo etéreo e irreal.
Espíritus reunidos esta noche.
Extendiendo por los siglos su canción inmortal.
Elfenlied, canto XI
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Cuando abrió los ojos, sabía que vería lo que estaba buscando. Incluso a través de sus párpados cerrados, pudo notar el cambio en su percepción.

En efecto, la Ronda se revelaba ante él en todo su esplendor. La Elfentanz, la Danza de lo Invisible. Había pasado tanto tiempo sin contemplarla que la nostalgia le oprimió el corazón. Y él había renunciado a todo esto...

Esta vez, ninguno de los espíritus reaccionó ante su presencia. Al recobrar los recuerdos de su infancia, Leo pudo reconocer a la mayoría. Allí estaban las tres ondinas que vivían en el río. Allí estaba la dríada que habitaba el viejo sauce del oeste. Y acercándose a él, por supuesto, estaba el ama del bosque, su princesa élfica, Ylysse. Espíritus locales, en su mayoría. Cuando los hombres rasgaban los velos de la noche, tal vez le restaran libertad de movimientos a los seres invisibles. Tal vez incluso mataran a algunos. O tal vez casi nada de lo que hicieran los hombres podría afectar a estos seres.

- Has recordado -le dijo Ysabel.

- He logrado hacerlo.

- No es lo mismo ya, joven Markwort.

- Ya no soy joven, para empezar.

- Pero traes contigo a una que sí lo es -replicó Yrina, señalando a una de las bailarinas.

Leo tuvo la impresión de que el corazón se le llenaba de agua fría. Allí, bailando con los demás espíritus, estaba su hija Ellen. Ya no tenía que recurrir a las muletas o a la silla de ruedas para desplazarse. Su piel mostraba ahora la hermosa palidez élfica en vez de la funeraria palidez de su enfermedad. Parecía no percatarse de la presencia de su padre entre los celebrantes.

- No puedes hacerlo -dijo Leo-. No puedes quitármela.

- Por qué no?

- Porque yo no lo deseo.

- Tenemos algo que ofrecerle a tu hija. Lo mismo que te ofrecimos a tí, y tú rechazaste en su momento.

- Ylysse... como quieras llamarte ahora.... Ellen es lo más preciado que tengo. No me la arrebates.

- Tú puedes ver las cosas como las vemos nosotros. Y le transmitiste ese don a tu hija. Reflexiona sobre lo que viste esta noche, y toma una decisión.

La celebración, como de costumbre, desapareció al primer canto del gallo. Quién podía tener un gallo cerca ahora?, se preguntó Leo.


* * *


Durante un tiempo, el joven Leo asistió a la Ronda todas las noches en que la hubo. Acompañó a los espíritus en sus asuntos habituales. Invisible y etéreo como ellos, los veía provocar pesadillas a los durmientes soplándoles su aliento en las vías respiratorias. Los veía verter polvos mágicos para estropear la leche y los alimentos. Los veía lanzar hechizos de felicidad y buena fortuna sobre un bebé neonato. Estaba seguro de que los había visto cometer fechorías mucho más graves, pero aún ahora no podía recordarlo.

Leo no supo cuándo empezó a percatarse de que se estaba volviendo como ellos. Su piel mostraba ahora el brillo argénteo de la Luna. Sus ojos veían cosas que le resultaban invisibles a las personas normales. Podía escuchar el sonido de la hierba crecer, y sentía el calor del amor en el aire de primavera. Se sentía soñoliento durante el día, despertándose completamente sólo después del mediodía.

Esa noche, la noche final, él había besado por primera vez a Ytresse. El sabor de los labios de la elfa era dulce como la miel. El había mirado a los ojos de su princesa, y había visto en ellos su futuro. El niño Leo Markwort moriría, y un ser invisible sin nombre definido nacería en su lugar. Sería uno con su princesa, tal vez para siempre.

Por la razón que fuera, por una razón que no podía recordar, había rechazado la oferta. Tal vez quedaba en él demasiada consciencia de su propia humanidad para permitirle vivir como un ser etéreo. Tal vez había sido el miedo a lo desconocido.

Cuando empezó a abrir la boca para decir en voz alta "no", se había visto transportado de pronto a su habitación, sin ninguno de sus amigos invisibles.

El joven Leo Markwort durmió por el resto de esa noche, y empezó el camino de regreso a su humanidad, y al olvido.


* * *


- Cómo estás, papá? -preguntó Ellen, saliendo al patio en su silla de ruedas.

- Por qué lo preguntas, preciosa?

- Es por mamá. Cree que algo te está preocupando. Me pidió que viniera a ver si lograba sacártelo del pecho.

- Eso cree tu madre? -preguntó Leo, acariciando el cabello de su hija-. Pues, qué podría estarme preocupando?

- No sé, tú dímelo.

Leo miró los cambios que se habían producido en su hija en el corto tiempo, poco más de una semana, que llevaban en la vieja casa Markwort. Estaba tan débil que ya no podía usar las muletas, teniendo que recurrir a su silla de ruedas. Gruesas ojeras se notaban alrededor de sus ojos. Una tos metálica, desagradable, había hecho aparición. Cualquiera que no la hubiera visto unas noches atrás bailando alocadamente en un claro de luna, habría afirmado que el aire del campo no le sentaba nada bien a Ellen.

Cuáles eran las opciones que le quedaban? Un interminable viaje de especialista en especialista, sólo para descubrir (ya habían pasado por eso) que la afección de Ellen era intratable? Qué esperanzas tenía su hija de vivir una vida normal?

También observó en el rostro de Ellen la herencia de Johanna, y le sorprendió notar que sus facciones eran similares a las de Ylysse. Ahora que lo pensaba, había algo innegablemente... élfico... en Johanna. Había buscado en su esposa un reflejo de su primer fallido amor, la princesa élfica que había perdido? Ahora amaba profundamente a su esposa, por méritos propios, pero, quién podía decirle que esos rasgos élficos no habían sido un factor de atracción?

- Ellen... hija -dijo Leo-. Quiero que sepas que yo... No deseo más que tu felicidad. Cualquiera que sea el camino que te haga feliz, quiero que lo tomes.

La muchacha sonrió. Estaba actuando para Leo, o en verdad no recordaba nada de lo sucedido en las noches anteriores? Era posible que, todo el tiempo que Leo había asistido a la Ronda, hubiera salido en la noche sólo para olvidarlo a la mañana siguiente? O era esto producto de alguna diferencia sutil entre su experiencia y la de Ellen?

- Por supuesto, papá. Lo sé.


* * *


Leo pasó la noche sentado en la cocina con una bebida frente a él. Las lágrimas resbalaban por su rostro, pero él no les prestaba atención. Esta noche habría Ronda. Lo sabía, podía sentirlo en su corazón.

Como lo había previsto, alrededor de la medianoche las notas de la Elfenlied fueron audibles en toda la casa. La celebración de los seres invisibles. Leo suspiró. Sabía lo que se le venía encima. En efecto, un sonido proveniente de la habitación de Ellen le hizo volver la cabeza.

Allí estaba Ellen. No la Ellen que él había conocido durante dieciséis años, sino la que él había soñado. Una adolescente sana y vigorosa, de mejillas saludablemente coloreadas y graciosa sobre sus piernas. No se hubiera sorprendido de ver que el cuerpo de la Ellen que él conocía seguía tendido sobre la cama en su habitación.

- Adiós, papá -le dijo ella, besándolo en la mejilla-. Te amo.

Ellen salió por la puerta, siguiendo las notas de la Canción. Sería esta la última noche, la noche de la transformación? Tal vez no. Pero la despedida de su hija, y la terrible certeza en su corazón, decían que sí. Acaso Ylysse había esperado a tener el permiso de Leo antes de dar ese último paso? Ellen no volvería a ellos.

Jugó con el pequeño objeto que estaba en su mano izquierda. Un viejo amuleto, que había sido viejo cuando los crucifijos no se conocían, un talismán que llamaba a la fertilidad y aseguraba (!) hijos sanos y hermosos.

En la mañana, hablaría con Johanna para que se mudaran y vendieran la propiedad. Su segundo hijo (o hija) no sería criado en el campo.


César A. Lezama
A diez años de la última noche...

jueves, 25 de diciembre de 2008

El sentido de la Navidad


Hace algún tiempo, cuando aún era estudiante, normalmente hacía el grueso de mis compras de Navidad en una sola salida. Iba solo, o con algún amigo o mi hermano, y una lista prefabricada, e iba comprando y tachando, hasta que en un solo día salía de todos los compromisos.

Luego, cuando comencé a tener otros compromisos, como el trabajo o la pareja, se me comenzó a complicar un poco las compras, pues siempre había algo más urgente que hacer. Normalmente -por ejemplo, así fué este año- salgo a hacer las compras el 22 o 23 en la noche (viva el horario navideño!), o incluso el 24, a solo horas de la Navidad.

Sé que dejarlo todo a lo último es malo, pues te arriesgas a no conseguir lo que buscas, a sufrir con las colas, a llegar tarde a los compromisos, a pagar de más, pero créanme que a veces es un mal necesario. Termino prometiéndome a mí mismo que el próximo año comenzaré las compras en Abril. Y obviamente, nunca lo cumplo.

Sin embargo, a pesar de las colas y el alboroto, siempre me las arreglo para disfrutar la salida: gozo como un enano viendo las jugueterías, buceo las tetas operadas que pululan a mi alrededor, aprovecho de comer comida poco higiénica en la calle, gozo del frescor de la noche decembrina, e incluso le consigo lo bonito al hecho de que las colas normales de la ciudad dejan de existir (aunque se creen otras nuevas). En verdad lo disfruto mucho...

Pero muchas de las demás personas, de los demás colegas de compras extremas, no disfrutan para nada ese ritual.

Basta ver las caras de las personas que te rodean en la cola kilométrica para pagar o envolver los regalos, o hablar con alguien que se encuentre en el mismo trance que tú de comprar a última hora esos regalos, para darte cuenta de que, para ellos, esas compras son más una competencia, una carrera, que un momento de alegría...

Corríjanme si quieren, pero hasta donde me enseñaron, Navidad es un momento de alegría, de paz, de compartir, de tomarnos un respiro para ser mejores personas; es una fiesta religiosa en la cual celebramos el nacimiento del salvador, del creador, del mesías, o como quieran verlo; es una fecha en la que, para reflejar la alegría del momento, nos intercambiamos regalos con los seres queridos...

Pero, en lugar de eso, lo que tenemos hoy en día es una obligación, un "comprar porque si no se ve feo", o un "si me regalan y yo no, quedaré mal". Pocos se paran un momento a meditar en el por qué están comprando, y menos aún se dan cuenta de que agarrar una borrachera o dejar sordo al vecino con triquitraquis no es la mejor forma de celebrar el nacimiento de un niño tan importante como Jesús.

Navidad es mi fecha preferida, muy por encima de mi cumpleaños o del día de los enamorados, pero aún así reconozco que se ha desvirtuado mucho, y se ha vuelto la más comercial de las fechas.

Desde ahora, cuando estén corriendo para terminar las compras para esa lista de personas obligatorias a las cuales no les puede faltar el regalo, deténganse un momento y dejen que los rebaños de entes que pululan alrededor de ustedes los pasen de largo. Piensen y sientan a quién le quieren regalar realmente, y en lugar de buscar un regalo para salir del paso, paseen buscando ese regalo especial que les grite "Eh! Llévame!", y regálenlo con una sonrisa en el alma y en el corazón...

Gastarán menos, por supuesto, y disfrutarán muchísimo más, créame...


Hoy no hay frases. En lugar de ello, comparto con ustedes, para inmortalizarla, la receta del chocolate de mi abuela, que nos ha acompañado en todos los desayunos de Navidad y Año Nuevo desde que tengo memoria. No les doy medidas exactas, pues nunca las hemos conocido: no hacemos un litro de nada, sino que toda la vida hemos usado la misma ollita... Si quieren saber como cuánto hacemos, visítennos, o incluso pídannos que les vendamos una, a ver si así nos ganamos algo. Eso sí, el chocolate lo compran ustedes.

Monten la olla en la cocina, hagan 3/4 de olla de leche -si no saben preparar leche, no son dignos de preparar este chocolate-, y agreguen dos barras de chocolate de taza, o un poco más. Durante todo el proceso, revuelvan contínuamente sin sacar del fuego, y sin dejar de sonreir. Recuerden hablar con sus padres para que les ayuden en la cocina.

Agreguen canela al gusto -o sea que si no les gusta, no la agreguen-. Mientras sigue el proceso, en media tacita de agua disuelvan cucharadita y media de maicena, o de harina si no la consiguen, y cuélenla si es necesario. Cuando el chocolate se disuelva completamente, agreguen la maicena a la olla.

Sigan revolviendo hasta que hierva, y cuando el chocolate comience a subir, con ansias de escapar de la olla, retírenlo del fuego. Colóquenlo sobre el fuego de nuevo y retírenlo dos veces más, y proceso terminado. La receta tiene muchísimo tiempo de certificación, por lo que si les quedó mal, es culpa enteramente de ustedes.

Quizás en la casa me maten por compartir esto, pero creo que abuela estaría orgullosa de que en muchos sitios preparasen el "chocolate de la abuela de Gorka" cada Navidad... Tienen un año para practicarlo, y me ofrezco como juez para juzgar la calidad.

Feliz Navidad...

miércoles, 17 de diciembre de 2008

Sentimiento Nacional


Citando a Schopenhauer en sus Aforismos, "El tipo de orgullo más barato es el orgullo nacional".

El ácido filósofo sostiene -a mi parecer, muy correctamente- que el orgullo nacional es el orgullo de quien no tiene más nada de qué enorgullecerse. Como dicha persona no tiene características individuales que le permitan enorgullecerse de él mismo, se agarra al último recurso: enorgullecerse de lo mismo que otros millones de personas, de características que le son ajenas al menos en parte, y que, de considerarse suyas, lo son más bien por casualidad.

Una vez más les aclaro que no tengo nada en contra de mi país -o de cualquier otro, ya que estamos en eso-, pero estoy muy claro en que lo quiero y lo adoro sólo porque es mi país, porque fué el país en el que por azar (o sea, por una serie de lógicas circunstancias encadenadas pero imposibles de preveer) me tocó nacer, y por lo que se convirtió, por lo mismo, en el país de toda la gente que quiero (excepto Angelina).

(Se sobreentiende, claro, que este escrito no aplica solo a Venezuela, sino a cualquier país, y no puede ser leído sólo por venezolanos, sino por cualquiera que viva en algún lado -muertos, abstenerse-. Los ejemplos son los que son por la simple razón de que los tomo de lo que más conozco, de lo que vivo).

En mi opinión, queremos a nuestro país de la misma forma que normalmente querríamos a nuestros padres o a nuestros hijos (bueno, al menos yo los quiero mucho). Los queremos porque sí, porque es natural, porque son nuestros padres y nuestros hijos; sin importar que tengan defectos, siempre los querremos por encima de todo lo demás (excepto Angelina).

Algo así, exactamente, es lo que pasa con el amor por nuestro país. Cualquiera que salga a la calle puede atestiguar -como hago yo día a día- la forma en la que las calles son cubiertas por la basura -lanzada por esa misma gente que defiende el orgullo patrio- inclementemente. Cualquiera que prenda la televisión podrá ver la multitud de cosas malas que ocurren a diario en nuestro país, cosas que a veces suenan más a una mala broma o a comiquita, por lo increíbles que son. Cualquiera que haya viajado a otro país estará en capacidad de comparar y ver los puntos fuertes y débiles que tiene nuestro país comparado con los demás...

Muchos venezolanos, defensores a ultranza del Orgullo Nacional (así, en mayúsculas), saltarán a por mi cuello, enarbolando sus armas bajo las consignas de "pero mira, tenemos muchas cosas buenas! Grandes autores! Grandes científicos! Petroleo y riquezas! Las chicas más hermosas! Camaradería y compadrismo! Bellezas naturales!"... Y tendrán razón. Tenemos todo eso, más o menos de forma muy similar a como lo tiene cualquier otro país. Y al igual que en todos los demás países, ninguno de esos motivos son causa de orgullo gracias a nosotros; son cosas que ya estaban aquí, o que están por casualidad, o producto del esfuerzo y la dedicación de unos pocos individuos.

Así que, por qué enorgullecernos particularmente por este país?

Lo quiero y lo adoro, y representa mi realidad; es el país donde nací, donde nació mi hijo y donde murió mi gente; aquí he pasado los mejores y peores momentos de mi vida, y desearía con toda mi fuerza no tener nunca que decidir salir de él. Sin embargo, no estoy orgulloso de Venezuela. O mejor dicho, no siento que ese orgullo sea mío, pues no siento que trabaje para lograr nada de las maravillosas cosas que tiene. Si acaso, las mantengo.

Al contrario, a veces siento vergüenza de Venezuela y de lo que los venezolanos (por nacimiento o por residencia) han hecho de ella. Siento lástima de ver cómo un país que lo tiene todo para comerse al mundo se la pasa sumido en la pobreza; de ver como las calles de un país tan hermoso están sucias, rotas y descuidadas; de ver como la gente que vive aquí lo da todo por garantizado y no se toma el tiempo de cuidar las maravillas de las que podrían disfrutar, tanto ellos como sus hijos.

No, no estoy orgulloso de Venezuela. No es un país por el cual daría la vida en una guerra con gusto. Y no sé si eso se deba a que tengo muchos motivos para estar orgulloso de mí mismo, y por eso no recurro al "más barato de los orgullos", o si es porque sencillamente los venezolanos hemos tenido éxito en hacer de Venezuela un lugar sin nada de qué enorgullecerme...


Este sentimiento es todo lo que hacemos
esa es la marca que a todo le ponemos
y que hace que seamos
la gente diferente

-- Guaco (Sentimiento Nacional)

Venezuela es un país
de flores sin honor,
hombres sin honor,
y mujeres sin pudor.

-- Desconocido, llegó a mí por mi Aitite

viernes, 12 de diciembre de 2008

Yo para Presidente: El Voto Externo


Mi madre y mi padre son españoles de nacimiento. Ambos llegaron a Venezuela hace más de cincuenta años, y si han salido de nuevo del país ha sido sólo para alguna esporádica visita (creo que una cada uno) a España.

Luego de cincuenta años aquí, ninguno de los dos tiene derecho a votar. Ninguno de ellos tiene derecho a decidir en manos de qué presidente recaerá la labor de gobernar y mejorar (o al menos mantener... Qué bello es soñar!) el país en el que viven, en el que llevan más años que en su país natal, en el que nacieron sus hijos y sus nietos...

Sin embargo, aquellos venezolanos que ya no viven aquí, aquellos venezolanos que salieron en busca de mejoras porque el país ya no les alcanzaba (o le sobraba), aquellos venezolanos que no viven con el día a día de robos, asesinatos, colas, huecos, motos, inflación, patria, socialismo o muerte, esos venezolanos a los que realmente no les quita el sueño (al menos, ya no tanto) lo que pase aquí (pues por algo se fueron), sí tienen la opción -y como no, el derecho!- a votar.

No sé qué pase el día de mañana, si siga aquí en Venezuela o si me vaya a algún otro sitio. Saben los que me conocen que adoro el país (aunque odio a algunos de los que viven en él), y que si por mí fuera, aquí dejaría mis huesos, entre mis paisajes, mi gente, mi todo. Pero si el día de mañana decido emigrar en busca de mejores opciones para mí y los míos, créanme que aunque deje aquí familia y amistades, los problemas del país pasarán a un segundo plano. Con total seguridad, me importarán menos de lo que le importan a mi madre o a mi padre.

Pero yo podré seguir votando, yo podré "ejercer mi derecho" y dar mi opinión con respecto a esos problemas que ya serán ajenos. Ellos dos, seguirán sin poder hacerlo, aún cuando tendrán que vivir con ellos.

Es por ello que, en mi muy humilde opinión, el derecho a voto debería ser repartido de otra forma. A saber:

El voto debe ser un derecho brindado por residencia, no por nacionalidad.

Y ni siquiera entremos en discusiones de si todos deberían votar, o si tenemos que tener diferencias entre ser ciudadanos o vivir en una ciudad; no hablemos de si el voto debe ser un derecho o un privilegio, no... Mantengámoslo como derecho gratuito, que el resto es tela para otro artículo. El caso es que, si es un derecho, debería ser dado a las personas que viven en el país, a aquellos que dan sus años, y dejan sus lágrimas y su sangre en el suelo del país, a diferencia de aquellos que nacieron en él, pero que lo dejaron atrás.

Acaso tú y tu vecino no sufren por igual las malas decisiones de nuestros gobernantes? Acaso tú y él no disfrutan por igual de sus aciertos al dirigir el rumbo social, político y económico del país en el que viven? Qué diferencia tiene el país en el que haya nacido cada uno con respecto a ello?

Las diferencias con respecto a la nacionalidad son, sencillamente, idioteces. Estudié con gente nacida en otros países a los que no le daban becas de estudio en las universidades solamente por ser extranjeras. Acaso eso importa para el rendimiento de una persona? Acaso eso garantiza más o menos que la persona se quedará en el país? Acaso haber nacido aquí es aval de que me quedaré para devolver la inversión que hayan podido hacer en mí, o ser extranjero significa que saldré corriendo apenas pueda?

Es por ello, conciudadanos, que hoy me dirijo a ustedes para instarles a cambiar su mente y su corazón, a abrirlos a un mundo de igualdad, a aceptar que aquellos extranjeros que sean venezolanos de vida y de corazón (más allá del lugar donde nacieron por jugadas del destino) puedan compartir sus decisiones, sus victorias y sus derrotas, con todos nosotros.

Sirva este escrito para garantizar que, cuando comience a mover las ruedas del cambio en este sentido, mis detractores como Presidente no se apoyen en la queja de que sólo lo hago para conseguir más votos por parte de los extranjeros y sus hijos. Sea un éxito o un fracaso, al menos no podrán decir que no tuve tiempo de madurar la idea...

Y, hablando de ello... Por qué no un Presidente extranjero?


No hay mal que dure mil años
ni cuerpo que lo resista,
yo me quedo en Venezuela
porque yo soy optimista!

-- Carlos Baute, cantante venezolano residenciado en España

No vemos las cosas como son, las vemos como somos. -- Anaïs Nin

Sin que el "por qué" nadie lo sepa, sin que nadie pudiera hacer nada para evitarlo, y lo peor de todo, sin nadie que lo entendiera. -- Desde Adentro (Frente al fuego con el abuelo)

Cuando hables, procura que tus palabras sean mejores que el silencio. -- Proverbio hindú

Puedes llegar a cualquier parte, siempre que andes lo suficiente. -- Lewis Carroll

miércoles, 10 de diciembre de 2008

Dulce y fría


- Matar a alguien es facilísimo -sentencié.

Ellas se quedaron viéndome, tal vez porque notaron lo lapidaria de mi sentencia. Como tantas otras veces, me maravillé de la forma en la que un tema de conversación lleva a otro, casi por casualidad. Sin inmutarme, sin apenas levantar la mirada, asentí lentamente mientras seguía dándole vueltas a la afirmación.

- Facilísimo... -repetí, marcando las sílabas.

Mi suegra me siguió viendo, seria, mientras mi cuñada se sentaba frente a mí, sonriendo, obviamente pensando que estaba bromeando.

- Y desde cuándo te convertiste en asesino en serie? -preguntó- Me molesta un poco la gente que habla de lo que no conoce.

- Y a mí -concordé-, pero aún así siempre podemos aventurar una opinión de lo que creemos que haríamos, sobre todo si nos conocemos bien a nosotros mismos, y si estamos dispuestos a entender que quizás nos equivoquemos completamente...

- Tonto -sonrió mi cuñada, y se levantó de la mesa para seguir con sus cosas.

Quedamos en silencio unos momentos, cada quien encerrado en sus pensamientos, hasta que mi suegra me preguntó, en un tono de quien no quiere saber, pero que no puede evitar preguntar...

- Estabas hablando en serio?

- Sólo digo que, con las razones adecuadas, con algún motivo lo bastante fuerte, muchos de nosotros mataríamos sin dudarlo. Sin titubear... Si la vida de alguien a quien quiero estuviera en peligro, yo al menos creo que no tendría reparos en matar a quien la estuviera amenazando.

- Sí, te creo... -agregó- Pero no sé por qué sentí algo distinto en tu tono cuando dijiste que era fácil... Tu mirada... Algo, no lo sé. Sentí que hablabas de algo real, no de un juego de suposiciones.

Me llevé la taza de café a los labios, y tomé otro sorbo. Se había quedado frío, y sabía a rayos, pero necesitaba tomar algo, aunque fuera para quitarle tensión al momento con el gesto.

- Me estás asustando un poco... -repitió en el mismo tono- Estás hablando en serio?

Nos quedamos en silencio, mirándonos uno al otro a los ojos, por un tiempo imposible de medir, cada uno enfrentado a sus miedos, a sus recuerdos.

- Recuerdas ese día? -le pregunté- Esa noche...?


Era ya noche cerrada cuando salimos de casa de mis padres. La reunión había sido genial, pero nuestra hora había pasado hacía ya algún tiempo.

Abrigándonos del frío, ella cargando los bolsos y yo llevando al bebé dormido, atravesamos la avenida para esperar la camioneta que nos llevaría a nuestro hogar. Sin embargo, el tiempo pasó, y ningún vehículo nos vino a rescatar de la noche y el frío.

- Panita, tienes hora? -malandreó una voz tras nosotros. Cuando nos volteamos, el cañón de un arma nos saludó desde más cerca de lo que hubiera sido deseable- Dame los reales, coño de tu madre!

No supe cómo explicarle que no había cobrado aún, porque como siempre la quincena se había retrasado. No supe convencerle que, de haber tenido dinero para un taxi, no hubiéramos estado parados en esa avenida cuando ya era casi medianoche. No supe cómo rogarle que dejara de apuntarnos con el arma, no por mí, sino por el bebé que cargaba. No supe tampoco por qué disparó. Y no supe cómo ella logró ponerse en medio.

La noche terminó en un charco de sangre, con ojos vidriosos reflejando mis lágrimas, mientras mis gritos de dolor seguían a una sombra que se alejaba...



- Lo encontré... -Mi suegra me miró con los ojos llenos de lágrimas. No acertó a decir nada, por lo que continué hablando- Reconozco que hasta cierto punto lo busqué, pero realmente me lo conseguí por casualidad. Luego de un par de cervezas, lo convencí de que necesitaba que me hiciera un trabajo de construcción en la casa. Él necesitaba el dinero, y aceptó. Unos días después lo pasé buscando en el carro para llevarlo a la quinta, para que hiciera el trabajo. En ese momento, ya tenía todo preparado...

Ella me seguía viendo, sin decir palabra. Las lágrimas ahora anegaban todo su rostro, y goteaban oscureciendo el mantel de la mesa, pero no hizo además de detenerme. Sin prisa pero sin pausa, continué con mi relato.

- Lo bajé al tanque, para que sellara una ruptura que se había hecho por causas naturales... Es natural que un tanque se rompa cuando lo golpeas con un martillo y un cincel -bromeé patéticamente-. Con la tercera cerveza que le dí, se quedó dormido.

- Los calmantes que me pediste... -dijo. No me molesté en confirmarlo.

- Despertó cuando el agua lo tocó. Para ese momento ya estaba esposado a los tubos del fondo del tanque. Calculé que tardaría cerca de una hora en llenarse del todo, y en ese tiempo me aseguré de que la espera le doliera. Me aseguré de que se acordara de quién era yo, y de por qué le estaba haciendo lo que le estaba haciendo. Y me aseguré de que sufriera lo más que pude. Si de algo me lamento, es de no haberlo hecho mejor. A veces pienso que podría haberlo tenido días en esa situación...

Ningún comentario salió de sus labios, por lo que continué.

- Cuando faltaban unos quince minutos, lancé un manojo de llaves en el tanque, y me alejé. Las herramientas las había dejado en el tanque, para deshacerme de ellas, y quizás con ellas, a pesar de haber estado esposado, hubiera podido alcanzar las llaves y tratar de abrir las esposas...

- Pero no pudo? -interrumpió con voz temblorosa.

- Sí. Todo salió perfecto. Las alcanzó, las probó una a una, con la desesperación de ver como su fin se acercaba inevitablemente... Pasó los últimos minutos gritando horriblemente, con el dolor de quien ve a la muerte acercarse y no está preparado.

- No consiguió la llave correcta?

- No hubiera podido -dije, mientras sacaba mi llavero. Además de las llaves de la casa, estaba una llave que no abría ninguna puerta existente en la actualidad. Una llave que nunca llegó al tanque.

- No se cuánto tiempo pasó luego de que los gritos cesaron -continué-, pero al final me acerqué. Tenía los brazos arañados, en un intento de quitarse las esposas, y el llavero aún estaba entre sus manos crispadas... Luego de vaciar el tanque, lo llené de cemento con todo lo que estaba adentro, lo tapé, y lo frisé. Ahora es una parte más del piso de cemento por el que llegas al jardín.

Un suspiro entrecortado salió de sus labios, mientras apoyaba su rostro en sus temblorosas manos y se entregaba al llanto. La dejé llorar todo el tiempo que fué necesario, mientras fuertes temblores movían su cuerpo. Al final, se calmó, y continué.

- Realmente, fué facilísimo. Y no estoy orgulloso ni nada de eso, pero créeme que si tuviera la oportunidad de revivir esos momentos, y quizás cambiar algo, haría de nuevo exactamente lo que hice. Quizás, como te dije, me tomaría un poco más de tiempo... Por ella... -luego de una pausa, continué- Lo mejor hubiera sido callarme, y no meterte en este paquete, no darte este peso, pero pensé que quizás querrías saber. Ahora, haz lo que creas correcto...

Unos momentos después, mi suegra se paró de su asiento y me abrazó, aún temblando ligeramente... Un susurro, que no entendí del todo, escapó de sus labios; creo que lo que logró balbucear con un hilo de voz fué un tembloroso "Gracias...".

Lentamente, subió a su habitación, a tratar de descansar con una noche que quizás no le premiara con el sueño que necesitaba. Yo me serví otra taza de horrible café frío, y me senté de nuevo a la mesa, donde me encontró el amanecer.

Nunca volvimos a hablar de ello, por lo que aún hoy en día no sé si hice bien en decirle la verdad. No sé si se alegra de que haya hecho lo que hice, o si hubiera preferido no enterarse.

Creo que las dos cosas al mismo tiempo...

El caso es que, créanme, fué facilísimo...

Y volvería a hacerlo...


Nadie debe ser perfecto para ser lo que necesitas. -- Elliot (Scrubs)

El hombre correcto es aquel que, estando solo, no hace lo que no debe hacer estando acompañado. -- Antonio León

Un ángel vela un sueño. Un cuervo espera una muerte...

domingo, 30 de noviembre de 2008

La Doble Vida


Véronique, la francesita, se movió con provocativa soltura entre nosotros.

Sin ánimos de exagerar, verla era reconocer la perfección. Quien quiera que la hubiera creado había sabido meter en su poco más de metro y medio de altura todas las cualidades que una mujer no debería tener derecho a disfrutar, al menos todas juntas. Un rostro bellísimo enmarcado en una rojiza melena, con un par de ojos que mezclaban dulzura con promesas; unos senos perfectos, de una redondez imposible de obviar; un derriere capaz de derretir a cualquiera.

Quizás muchos se quejarían, pero hasta las pecas que decoraban su piel eran adorables, cuchis, sexies...

Todos los hombres que conocía -y, estoy seguro, varias de las mujeres- habrían dado lo que fuera por una noche con ella.

Su voz, sus gestos, su sonrisa... Y el colmo era que su perfección no era sólo física, sino que además poseía un estilo, una cultura y una actitud que la hacían, además, una perfecta compañera para casi cualquier cosa. Es decir, hasta las otras mujeres la encontraban muy agradable! Cuándo han visto que una chica tan hermosa le parezca agradable a otras mujeres?

Cómo podía irle en la vida a una mujer así? Una mujer a la que todas las puertas se le abrían aún antes de llamar a ellas, a la que todos deseaban complacer... Cómo podía ser una mujer con esa vida?

Simplemente egoista y malcriada.

No sé por qué, pero aún a pesar del deseo que despertaba en mí, nunca quise realmente tener nada con ella. Quizás es por eso que, mientras todos babeaban a su paso, yo apenas la miraba.

Y quizás fué por eso que, mientras apenas miraba a los demás, ella se encaprichó por mí.

Mis colegas me hacían comentarios, mitad aguantando la risa y mitad aguantando la envidia, sobre los chispazos que se sentían cada vez que ella me veía o me hablaba... "Coronaste!", me decían, o "qué haces que no te la coges?". Y yo, que soy un caballero pero también soy hombre, a quien la vida dió educación pero también hormonas, me encuentro como siempre a mitad de camino entre dos decisiones, e incapaz de tomar ninguna de las dos.

Hasta que las circunstancias me arrastran a ello.

Ocurrió una mañana en la oficina, mientras acompañaba a los demás a tomar una taza de café. Ella entró, radiante como siempre, e iluminando la estancia con su sola presencia. Nos saludó con una sonrisa a todos, y fijó su vista en mí; no sé qué habrá visto esa mañana, o qué sentimiento pugnaba en su interior, pero se acercó a mí sin separar sus ojos de los míos. Se agachó, acercando sus labios a mi rostro, y me dijo suavemente:

- Sabes? -dijo con su atractivo acento- Nunca he hecho el amog con un venezolano, y me pgegunto qué se sentigá...

A pesar de ser un susurro, los demás estaban lo bastante cerca como para escucharlo, y de inmediato la habitación se llenó de un espeso silencio. El tiempo se detuvo, y todos quedaron a la espectativa.

Sin decir nada, me levanté de mi silla. Lentamente, me acerqué a ella, hasta que nuestros alientos se cruzaron. Véronique, que no se esperaba esa reacción -de hecho nadie... Ni siquiera yo-, retrocedió hasta topar con la pared, y arqueó su cuerpo como una gata para pegarse más a ella. Mis labios, poco a poco, eliminaron la distancia que nos separaba...

- Sabes? -dije, con la voz ronca por el deseo- Yo tampoco he hecho nunca el amor con un venezolano... Así que tendrás que buscar a alguien más a quien preguntarle...

Sin darle tiempo a reaccionar, le dí un beso en la punta de su nariz, y me dirigí hacia la salida del comedor, alejándome de ella... Detrás de mí, algunos de los chicos lanzaron unos tímidos vítores.

No sé por qué hice eso. Tal vez no me gusta que me monten cacería; o a lo mejor sencillamente quería demostrar quién llevaba las riendas. Aún no sé si estaba buscando ganármela o alejarla; y tampoco tenía idea en ese momento de si con mi resistencia me había ganado su odio, o si había atraído aún más su deseo... O su amor.

El tiempo se encargaría de aclararme esa duda...


Decisiones, Cada dia, Alguien pierde alguien gana, Ave María
Decisiones, Todo cuesta, Salgan y hagan sus apuestas, Ciudadanía

-- Rubén Blades (Decisiones)

Eso es lo que es la vida, una serie de habitaciones. Y con quienes estamos atrapados en esas habitaciones, dependen de dónde nuestras vidas están. -- Dr. House

Te voy a dar el mejor consejo que te hayan dado en tu vida: sea de lo que sea que estemos hablando, persiste hasta que lo logres, practica hasta que lo domines. No te rindas antes de tiempo, y nunca te excuses en que es imposible. -- Gorka

sábado, 29 de noviembre de 2008

Tiempo


Eres un río sin final
en el que vamos flotando, sin ver mas allá
del próximo giro que das

Tú nos enseñas sin dejar
que lo intentemos de nuevo, tú vas y no vuelves
dejando tu huella al pasar

Y mi amor quedó atras
a unos cuantos kilómetros de este lugar;
Tiempo, dame un chance más,
déjame regresar, quiero volver a empezar

Traes recuerdos y a la vez
vemos nuestros errores
dejando tristeza y deseos en el corazón

Y mi amor quedó atras
a unos cuantos kilómetros de este lugar;
Tiempo, dame un chance más,
déjame regresar, déjame...

Cada minuto, cada hora, que pasa
cada momento nos aleja del amor;
Cada minuto, cada hora, que pasa
cada momento nos aleja del amor

Llegas y pronto te escapas,
dejando a tu paso las huellas de aquellos
momentos que no volverán

Y mi amor quedó atras
a unos cuantos kilómetros de este lugar;
Tiempo, dame un chance más,
déjame regresar, déjame...

Cada minuto, cada hora, que pasa
cada momento nos aleja del amor
Cada minuto, cada hora, que pasa
cada momento nos aleja del amor

Cada minuto, cada hora, que pasa
cada momento nos aleja del amor
Cada minuto, cada hora, que pasa
cada momento nos aleja del amor...


(Letra de la canción Tiempo, de Aditus. Hoy estarán de concierto en el Aula Magna)


Creo que mi problema más grande es que no sé cómo aceptar que el tiempo pasa. -- Gorka

La soledad es el maestro que con el tiempo te enseña lo que fuiste, eres y serás. -- Anónimo

Mi madre incrédula, yo feliz. Mi madre triste. Se puede perder tanto en tan poco tiempo... -- unachicaenapuros (Un dia menos para cualquier cosa)

viernes, 28 de noviembre de 2008

Realidades soñadas


Por eso es que me gusta leer novelas rosa. El tipo siempre está bueno, y aunque sea un patán, es interesante. Y la chica siempre está buenísima, por dentro y por fuera; sepan o no sepan qué buscan, al menos están buscándolo.

Y es que no puedo perdonar que no sean interesantes...

Además, al final todo está bien, y sólo llegamos al FIN. No seguimos hasta que la pareja se aburra, o nos salga la celulitis.

En las historias, todo es más interesante. Todo pasa como alguien lo pensó. Todo es lógico.

Pero en la vida, no es así...


No pidas perdón por lo que Eres...
Pide perdón por lo que no serás...

-- Contigo o sin tí

Quiero hacer contigo lo que la primavera hace con las flores. -- Pablo Neruda

Desafortunadamente, éramos todos demasiado jóvenes para entender. -- Articulate (Touching from a distance)

Por unos días no quiero ser yo. En las últimas horas me ha ido mal interpretándome y ante tan opaca performance es saludable tomar un receso, un break, un intermedio como en el teatro. Quizá me ocurre lo que le ocurría al escritor argentino Osvaldo Soriano: quizá ya estoy cansado de llevarme puesto. -- Busco Novia (El escape infructuoso)

miércoles, 26 de noviembre de 2008

Igualdad


El anciano suspiró, henchido de orgullo, mientras observaba sus tierras, apoyado en el balcón de su habitación. Había sido un largo -larguísimo!- camino, pero había valido la pena. Se volteó lentamente, y caminó, pasando junto a su cama de toda la vida, mientras se dirigía hacia la salida de su cuarto, en dirección a la biblioteca. De seguro, un amasijo de conocimiento y experiencia como él aún podría encontrar en su gran colección algún libro para leer en este maravilloso día.

Veinte años después, el anciano sólo sería una carcasa vacía que reposaba en la misma cama -la de toda la vida- de la que acababa de levantarse esa noche.

* * *

La mujer se incorporó de la cama, con una sonrisa felina en sus atractivos labios. Se desperezó con la sensualidad que da conocerse a sí misma, y estar contenta con lo que se ha alcanzado en la vida. Algún traspiés laboral, algún divorcio ocasional, meros detalles que, en lugar de detenerla, la habían ayudado a moldearse, llegando a ser la cúspide de la mujer realizada, poderosa y autosuficiente. Saltó de la cama hacia el baño: hoy se iba a comer el mundo. Y con seguridad que la noche no la descubriría durmiendo sola.

Cuarenta años después, haría mucho tiempo ya que la mujer habría sido encontrada en una cuneta, sus labios callando para siempre la identidad de la última cara que sus ojos lograron ver.

* * *

El joven se terminó de poner sus jeans, y se volteó para admirarse frente al espejo: sus brazos torneados, su abdomen de película, su cuerpo armonioso. Era un tigre! Una pantera! Estaba en la cúspide de la vida, lleno de juventud y fuerza, y lo sabía. Y eso había que aprovecharlo! A la`salida de la universidad saldría con los panas a tomar unas birras, y quizás a bailar y a levantarse algunos culos. Y solo era viernes! Le quedaba todo el fin de semana por delante!

Sesenta años después, nadie recordaría la marca del carro en el que el joven eventualmente había encontrado su destino, ni los nombres de sus acompañantes.

* * *

La niña se sentó en el columpio del patio de su casa, gozando de la calidez del sol otoñal, y de la fresca brisa que prometía un temprano invierno. Estaba tomando la difícil decisión de decidir en qué invertir su interminable tarde infantil, si jugando con sus muñecas, llamando a su mejor amiga, o simplemente dejándose llevar, corriendo por el jardín, mientras trataba de atrapar algún hada con las redes de la imaginación. Que maravilla, la inocencia y despreocupación de la niñez!

Ochenta años después, la niña sería solamente una tumba, descuidada y abandonada, que nadie visitaría, y que nadie siquiera recordaría.

* * *

El bebé llegó a este mundo, lleno de luces, sonidos y sensaciones desconocidas para él. Como era de esperarse, comenzó a llorar de inmediato, al darse cuenta de que lo habían sacado del paraíso en el que había vivido hasta entonces. Sus padres también lloraron, pero por la alegría de haber traído una vida a este mundo, para que jugara, gozara, lograra, aprendiera, y sobre todo, viviera.

Cien años después, del bebé lo único que quedaría ya serían huesos diseminados en un área desconocida, separados unos de otros por grandes distancias, mucho tiempo, numerosas vidas.

* * *

Y es que todos somos iguales.

Igual de irrelevantes.

Sólo es cuestión de tiempo...


Vive rápido, muere joven, y deja un bonito cadáver. -- James Dean

Róbale horas al tiempo. -- Quimeras

Por todo lo que pasó, pero sobre todo por todo lo que no pasó. -- Renato Cisneros (Famoso por buscar novia)

domingo, 23 de noviembre de 2008

El voto del odio


En mi opinión, hay algunos pocos grandes temas sobre los que no se debe discutir, porque son temas sobre los que no llegaremos a ningún acuerdo, y por cuya causa lo más seguro es que terminemos peleados.

La religión es uno de esos grandes temas. Nadie sabe quién es el verdadero(s) dios(es), si es que existe, o qué es lo que en verdad nos espera luego de esta vida, si es que hay algo, o nada de nada. Es por ello que cualquier discusión que vaya más allá de un simple ejercicio mental o un simple juego de imaginación está de más: no se podrá llegar a ninguna conclusiva conclusión, nadie podrá saber si su posición es la correcta o no, y nada cambiará en el mundo.

Otro de esos grandes temas es, sin lugar a dudas, la política. A pesar de ser más terrena, las discusiones que versan sobre ella están a la altura de las discusiones sobre los panteones y las divinidades: nadie sabe nada, pero todos están seguros de que su verdad es la verdad, y están dispuestos a todo por demostrarlo.

(Otro tema sobre el que nunca discuto es sobre deportes, pero eso es porque soy una mierda con ellos: nunca sé quién ganó en qué, ni siquiera en el béisbol el año pasado).

Normalmente trato de que mi blog sea tan apolítico como lo es -en apariencia, al menos- mi vida. Pero hoy -se los digo por si quieren salir corriendo- les toca un post politiquero.

Al fin y al cabo, gran parte de este blog es mío, no? Cálense un capricho mío de vez en cuando...

Hoy estamos en elecciones en Venezuela. No presidenciales, sino de alcaldes y demás políticos de segundo nivel. Y esto ha generado las mismas emociones encontradas de siempre.

Por un lado, buenas. Da gusto salir a la calle y ver -como decía mi hermano- a todos unidos por algo en común; pasear por las calles con un extrañamente liviano tráfico, y ver a la gente en las calles, frente a sus casas, aprovechando para limpiar o pintar, o jugando una partidita de dominó con los vecinos y amigos, mientras se pasan por el forro la ley seca y se toman su tradicional cervecita bien fría. En verdad que es lo más parecido que he visto a Navidad fuera de Diciembre.

Por otro lado, malas. Da rabia salir a la calle y ver -como le decía a mi hermano- a todos divididos por una idiotez; andar por las calles con miedo a las hordas de motorizados que detienen el tráfico porque les da la gana, y dudando si lo que llevan en las manos son fuegos artificiales para celebrar el anticipado triunfo, o palos para defender la pérdida. Ver el odio, el miedo, la desconfianza... Todos esos sentimientos que nos debilitan como personas y nos destruyen como sociedad.

En una sociedad ya bastante destruida, donde deben pintarnos de colores las sillas para tratar de que se las cedamos a quienes las necesitan, donde las aceras son estacionamientos descarados para las motos, donde los policías te detienen para redondear sus ingresos y no para defender la ley, donde los vendedores se apoderan de las aceras y las calles sin importar si es correcto o no... En una sociedad así, dividida limpiamente en dos partes que se odian a muerte, ahora hemos aprendido a votar por odio.

Hoy ya no votamos porque creamos en la ideología de un partido. Hoy ya no votamos porque confiemos en las capacidades de aquellos a los que elegimos para que nos representen en el gobierno. Hoy ya no votamos porque una cara nos inspire confianza, o porque conozcamos a la persona, o porque sea de pinga votar alguien de moda...

Hoy votamos por odio.

Votamos por aquel que no sea "de ellos". Que no sea "de los malos". Así, ciegamente y sin dudarlo, porque sencillamente odiamos a los otros.

Una de las opciones -por poner un ejemplo- era un muchacho, jovencísimo y recién graduado. Un pez que nadaría entre tiburones, que lo tendría cuesta arriba para dirigir una ciudad en buenas condiciones, mucho más una ciudad dividida y caótica como la nuestra. Un chico del que escuché a muchos opinar que había usado sus apariciones estudiantiles para catapultar su carrera política en lugar de para hacer lo correcto.

Hoy escuché a muchos diciendo que votarían por ese chico solamente porque no era "de los otros". No les importaba que no supiera qué hacer, o que nos sumara en un caos peor al actual. Sencillamente, odiaban a las otras opciones, y por ello votarían por -sin alusiones de ningún tipo- cualquier mierda que estuviera en la otra casilla. Exactamente como un niño rompería un juguete con tal de no dárselo a otro, de esa misma forma pensamos para decidir el futuro de nuestro país...

En mi caso, incluso llegué a sufrir amenazas -medio en serio, medio en broma- de "si no votas por él, no te hablo". Lo siento, chicos, pero no voy a votar por un niño sencillamente por no votar por "los malos".

(Hoy fué el día de las amenazas para mí. Al parecer, lo mejor que hice fué ir a votar, porque si no votaba yo, nadie más lo haría, y el caos hubiera sido culpa directa de este servidor. No saben cuánto me molesta el "y si todos pensaran como tú?". Muchachos, si todos pensaran como yo, creo que el mundo sería un lugar mejor. Al menos no nos odiaríamos, cederíamos el puesto, no estacionaríamos donde no debiéramos, y para de contar. Créanme que mi voto es sólo eso: un voto más o menos).

Hoy, mientras escucho los resultados de las votaciones, no siento ni alegría ni dolor. "Ganamos" las principales, "perdimos" todas las demás, y todo sigue igual. Termino de escribir esto y me dispongo a irme a la cama, dudando se si comenzarán o no los disparos de alegría o de arrechera por los resultados dados.

Sin embargo, mi bebé tenía otra idea, y se despertó llorando, como descontento con los resultados obtenidos. Por él, más que por mí, he de decidir cada día qué hacer con mi vida. Pero de algo he de estar seguro al decidir: Venezuela no cambiará. No llegará un gobernante maravilloso que arregle el país de forma inmediata, que haga que todo camine, que desfaga todos los entuertos.

El país está en una etapa de la que le costará muchos años de esfuerzo salir, si es que sale, cosa que no creo que pase. Los venezolanos somos como somos, y tenemos a los gobernantes que nos merecemos, y el país resultante de las acciones que hemos tomado.

Lo mejor que podemos hacer es darnos por enterado de esto, en lugar de seguir negándolo insensatamente. Pero estoy bastante seguro de que esto tampoco pasará.


Yo también era de esas personas que ahora odio. -- Lua

Tristemente vivimos en el país del "medalaganismo"... "Me da la gana no detenerme en el paso peatonal, es más, si puedo acelero", "Me da la gana caminar por la acera haciendo S y jodiendo al que trata de caminar normalmente", "Me da la gana pararme con mi pana del alma en el MEDIO de la calle a hablar paja", "Me da la gana llevar a mi perro a cagar en plena calle (ya vendrá alguien que lo pise y así se lo lleve)"... de verdad ese tema me tiene harta... yo sí vivo en la misma Venezuela que tú... -- Jenny

miércoles, 19 de noviembre de 2008

Puertas Cerradas


Algunas personas ven una puerta cerrada
y se voltean y se van.

Otros ven una puerta cerrada,
prueban el pomo,
si no abre...
ellos se voltean y se van.

Otros más ven una puerta cerrada,
prueban el pomo,
si no abre,
encuentran una llave,
si la llave no sirve...
ellos se voltean y se van.

Algunos pocos ven una puerta cerrada,
prueban el pomo,
si no abre,
encuentran una llave,
si la llave no sirve...
ellos hacen una.


(Desconozco el autor del original, pero su título creo que es Keymakers. Los nombres que más suenan por ahí es Rebecca Strandlund o Helen Keller).


La ceguera biológica te impide ver. La ceguera ideológica te impide pensar. -- Octavio Paz

No son los golpes ni las caídas las que hacen fracasar al hombre; sino su falta de voluntad para levantarse y seguir adelante. -- Anónimo

Hay que ser irresponsable. Porque los "responsables" se conforman con trabajar de 9 a 5 y tener cachifa, barriga y amante, jardín, perro y carro nuevo. -- El irresponsable (o el pianista de letras, aún no estoy del todo seguro)

martes, 18 de noviembre de 2008

Perdidos en la noche


Hay veces en las que, de tanto desear, dos corazones logran que dos vidas se toquen, aunque sea por un instante.

Hay instantes en los que los sueños nacen estando despierto aquel que sueña, y las fantasías dejan de serlo para convertirse en cálidad realidades...

Y esa noche esos deseos, esos sueños, esas fantasías, todas se fundieron al fin en una hermosa realidad, cuando al fin mi sueño tuvo un cuerpo al cual abrazar, en el cual perderme.

Esa noche la recorrí, lentamente, poco a poco, con mis besos. Mis labios besaron sus senos, y dibujaron olas en su espalda; mis manos exploraron sus nalgas y sus cálidas profundidades; mi alma giró sobre la suya, y la envolvió dejándose envolver a su vez.

Esa noche ambos nos desvanecimos en el placer, agotados de sentir, y extasiados de saber que la persona en los brazos de cada uno fuera precisamente la otra.

Despertamos enlazados uno al otro, con nuestras piernas abrazándose, nuestros brazos evitando que el otro volviera a ser otra vez un cuerpo ajeno, y nuestros labios quitándole lugar a las sonrisas para dejar que el corazón hablase.

Pero ni aún dos corazones logran que la noche sea eterna. Y al llegar al final, el final llegó...

El tiempo ha pasado ya, y el recuerdo es borroso. Tanto, que a veces dudo que en verdad haya ocurrido. Quizás sencillamente tomé unas copas de más en un solitario bar ajeno, o tuve un sueño que creyó que podría llegar más allá del límite que se les permite a los de su clase.

Pero la verdad es que no lo sé... Sueño que existió, o fantasía que se repetirá?

Al final de la noche, solo me quedó un caminar por una calle fría, recordando el calor de su sedosa piel en la mía...

Y su cantarina risa dentro de mi alma.


El amor no se manifiesta en el deseo de acostarse con alguien, sino en el deseo de dormir junto a alguien. -- Milan Kundera
Y de despertar junto a ese alguien... -- Gorka

La voluntad, raíz y esencia de todo, está perenne y necesariamente insatisfecha, pues en primer lugar es muy difícil conseguir lo que se ansía, y cuando al cabo los anhelos se ven cumplidos, comprobamos que ello va seguido inmediatamente del hastío y el desengaño, y nuevos objetos del deseo aparecen ante nosotros. -- Arthur Schopenhauer (El arte de insultar)

Me niego a vivir una vida sin sueños, sin deseos, por muy imposibles que parezcan. -- Gorka

lunes, 17 de noviembre de 2008

Mis momentos memorables en mi vida como jugón


Me conseguí en El Blog de Manu un memecito que me llenó de la misma nostalgia que nos golpea cuando nos conseguimos de nuevo con ese juego -perdido entre otros recuerdos- que tantas horas de disfrute nos dió; nos sentamos a jugarlo "un momentico" para recordar viejos tiempos, y cuando nos damos cuenta perdimos una noche o un fin de semana jugando otra vez como hace tantos años atrás. Al igual que a Manuel, me costó una y parte de la otra reducir a cinco esos momentos importantes de mi vida junto a los videojuegos, pero creo que al final -y bajo riesgo de estar cometiendo una injusticia- puedo decir que lo logré.

Así que, sin más preámbulos, aquí se los presento, en un muy flexible orden cronológico. Y es que el primero fué mi...

Atari 2600

Mi primer contacto con el mundo de los videojuegos. Seguramente fué desde el momento en el que coloqué mis manos, mi vista y mi tiempo en esta cónsola por primera vez, que se definió mi futuro como individuo asocial; debe haber sido en ese momento que firmé mi contrato como friki de por vida, como videojugador a tiempo completo.

Aún disfruto jugar maravillas como Joust (un juego sencillo y fascinante), Asteroids (era prácticamente imbatible en él), Dolphin (logré tantos puntos que el juego se volvió loco; siempre me dolió no vivir en USA para poder mandar una foto y que me dieran mi parchecito), Chopper Command (lo jugaba imaginando que estaba pilotando a Lobo del Aire), Pitfall (recuerdo estarlo jugando cuando vino el Papa Juan Pablo II a Venezuela por primera vez, en 1985) e incluso Adventure y Swordquest, que probablemente fueron los primeros videojuegos de "fantasía épica" que llegué a jugar.

Después de este sensacional comienzo, era sólo cuestión de tiempo que cayera al mundo de las computadoras con mi...

Apex de Epson

Recuerdo cuando mi familia me compró mi primera computadora, una XT: la Apex de Epson. Tenía 20 megas (megas? qué es eso?) de disco duro, que luego mi mamá expandió a 30 megas (hoy en día, una PC "normal" lo mínimo que tiene es 40mil veces eso); pantalla monocromática verde (aún hoy en día me fascina configurar mis terminales con esos mismos colores); unidad de 5 1/4; y nada de esas comodidades para pussies como mouse o pen drives.

En esa máquina, además de mis primeros pinitos como programador (o sea, lo que hoy en día me deja comprar el pan), jugué los primeros videojuegos con un pixelado decente. Momentos inmejorables los pasados con Jesús, buscando vendedores de jueguitos quemados ("Sherlock Holmes ocupa 10 diskettes? wao, que juego tan grande!"), jugando en pareja (Xtreme gaming?) la saga de Eye of the Beholder (mi ladrón con la armadura de la araña!), o hasta ofreciéndonos a ser game tester en algunos locales de la ciudad.

Recuerdo con cariño Dónde está Carmen Sandiego, Loom (y los demás juegos de Lucas), Hero's Quest (y los demás juegos de Sierra), el primerísimo Test Drive, California Games, X-Men, Night Hunter, y muchos otros dinosaurios. A medida que fuí mejorando de máquina, fuí también mejorando de juegos: X-COM: UFO Defense, Duke Nukem, Heretic, Mortal Kombat II, Starcraft, Diablo, y los "modernísimos" Exteel y Lineage II.

Ah! Y por supuesto, el único e inmejorable...

Curse of the Azure Bonds

Aún hoy en día, con juegos un millón de veces mejor logrados, si me preguntan cuál es el juego de Fantasía Épica (de rol, pues) que más me ha gustado diría con pocos titubeos que ha sido este.

La Maldición de los Tatuajes Azules está basado en el libro casi homónimo, de Jeff Grubb y Kate Novak. Se lleva a cabo en el mundo de los Reinos Olvidados, y tiene varias de las cosas que considero indispensables en un juego de rol por computadora: personajes cuya imagen es completamente definible (se sorprenderían la gran cantidad de juegos en los que si quieres ser arquera debes ser mujer, o si quieres ser mago debes ser un negro calvo), reglas claras (respetaba completamente las reglas de AD&D), y una trama de lo mejor (mejor que muchísimos de los juegos actuales; con sus excepciones, por supuesto).

Aunque nunca lo ví en esa cónsola, tengo entendido que eventualmente lo sacaron en...

Nintendo (NES)

Es un poco injusto, quizás, nombrar al Atari y al Nintendo, y no al Playstation (reconozco que jugué maravillas como Metar Gear Solid o Devil May Cry, además de mis preferidos, Valkyrie Profile, Stella Deus: The Gate of Eternity, Prince of Persia: The Sands of Time, Rival Schools 2, Bushido Blade 2, y para de contar), o incluso al novedoso Wii. Sin embargo, y sin intentar comparar el tiempo que haya pasado -gastado? invertido?- frente a cada cónsola, el caso es que siento que las dos nombradas fueron más representativas, influyeron más, en mi vida.

Con seguridad terminé más juegos con mi Nintendo asiático (que tenía un particular color gris en lugar del normal) y con mi Game Boy (negrito!) que con cualquier otra cónsola. No podría sino equivocarme si tratara de aproximar las horas que pasé jugando algún Megaman (en todas sus enumeraciones), Contra (y Super C), TMNT, Castlevania, y un sinnúmero de excelentes juegos más (muchos de los cuales no los jugué en su momento, pero que pude recuperar gracias a la magia/mafia de los Emuladores y Remakes).

Y claro, no puedo hablar del NES sin hablar del primer Final Fantasy... Desde su tropezado comienzo, Final Fantasy se ha ganado a pulso su puesto como una de las mejores -por no decir la mejor- sagas de los videojuegos. Aún disfruto jugar el primer FF, con o sin mejoras. Y aún espero con todas mis fuerzas terminar la obra de arte que es Final Fantasy VIII.

Lástima que no saliera antes una versión multiplayer, para jugarla en los...

Arcades

Cada vez que se acababa uno de los trimestres en los que están divididos los estudios en la USB, normalmente subíamos las máquinas a la Sede y sus alrededores y pasábamos un fin de semana en condiciones infrahumanas jugando lo que llamábamos un Arcade (por Arcade Center, o AC). Horas y horas de juego invertidas en Duke Nukem (o Quake II, o Counter Strike, o el shooter de tu preferencia), Grand Thief Auto, Starcraft, Age of Empires, Homeworld, y para de contar.

Lo mejor de los AC era, sin lugar a dudas, que tenías a muchos amigos alrededor mientras jugabas. Supongo que llega un momento en la vida de todo videojugador en el que te das cuenta de que no es tan buen negocio como pensabas pasar la vida jugando videojuegos, porque te pierdes de otras cosas mejores. Por ejemplo, la gente. Desde ese momento siempre he disfrutado mucho más los juegos multijugador, ya sea en modo cooperativo o en modo versus.

En el momento en el que Luigi manejó los Zergs en Starcraft, el juego ganó en interés. En el momento en el que recogí orejas del piso con Sonsi en Diablo, o en el que el guerrero de Eduardo y el mío fueron mejores lanzando hechizos que nuestros magos, o en el que tuve a Guácharo o Rafael como colaboradores o enemigos en multitud de juegos, supe que prácticamente no volvería a jugar sólo. En el momento en el que jugué Resident Evil con Jenny & Co viéndome jugar, en el momento en el que disfruté en grupo de Rival Schools 2, Bushido Blade 2, Soul*, en ese momento supe que podía combinar dos cosas buenas en otra mejor que la suma de sus partes.

Comencé a jugar en grupo con Jesús; seguí con los panas de la universidad y con mi hermano; tuve la suerte de compartir mi vida con una chica que también lo disfruta; y ahora tengo la inmensa felicidad de poder jugar con mi bebé. Gracias a Internet puedo jugar maravillas como Lineage II o Exteel con amigos que están físicamente muy lejos, pero junto a los cuales puedo soñar a que vivo aventuras.

Todo ello gracias a la magia de los videojuegos. Padres del mundo, escuchadme: dejen a sus niños jugar. Lo peor que les puede pasar es que salgan como yo...


Una vez oí decir en la radio que debía existir un lugar donde confluyesen lo real y lo imaginario, donde hubiese una línea fina que delimitase la existencia del mundo, y creo que ahí estaba, en Déjar. -- Déjar

Eres buena. Te concedo eso. Pero yo? Soy magia. -- Bullseye

¿Y si en vez de planear tanto, volaramos un poco más alto?
Don't worry... I'll catch you.

-- Contacto de Belkys

Si tus rodillas no están verdes al final del día, deberías re-examinar seriamente tu vida. -- Bill Watterson

En 1978, la competencia entre las empresas de juegos era tan feroz como ahora, y las compañías prohibían a los autores que su nombre figurara en los juegos, para evitar la “fuga de talentos”, pero Warren, orgulloso como estaba de su “bebé”, ideó una manera de saltarse a la torera las restricciones de Atari, ocultando su nombre en una pantalla del mapeado, sin quererlo acababa de inventar de paso, los “Eastern Eggs” en los videojuegos, los famosos “Huevos de Pascua”. -- Pixfans (Así comenzó todo) hablando de Adventure