viernes, 9 de septiembre de 2011

Reflejos de mi vida



Jess se levantó, sus verdes ojos brillando de furia.

- Ya basta. En serio, esto no va a ningún sitio!

En silencio, la observé alejarse. Muy a mi pesar, no pude evitar ver su figura, aún estando envuelta en la ropa de abrigo: siempre me había atraído, incluso en momentos como este, cuando la ira evitaba que fuera tras ella. Quería irse? Que se fuera entonces... Yo puedo pelear con quien sea por ella, menos con ella misma...

Levanté mi mirada y me encontré con mi reflejo mirándome desde el cristal del exterior de una tienda de antigüedades. Embelesado, como siempre, por las historias que podrían haber visto todos esos objetos tan disímiles, dejé que mi mente vagara entre pensamientos de la pelea que acababa de tener, de la novia que acababa de perder, y de historias desconocidas de personajes desconocidos, que estarían escritas entre los pliegues de óleos, relojes y escaparates.

Mis ojos se detuvieron en un antigüo espejo que, por cosas del azar o del destino, también me devolvía mi imagen. Sin embargo, por alguna causa que jamás alcancé a entender, quizás incluso por algún juego de luces, o por tratarse del reflejo en el espejo de mi reflejo en la vidriera, la imagen que tenía ante mí era y no era la mía.

Me ví con muchos años menos, un nené de seis o siete años, riendo a carcajadas tras alguna broma de mis tíos, o con la cara llena de la emoción de quien descubre el mundo a través de los colores de un dibujo animado una lejana mañana del sábado.

La puerta de la tienda se abrió mientras una anciana salía de la misma con un paquete envuelto en papel marrón, y el golpe que dió al cerrarse hizo que mi reflejo (o era el reflejo de mi reflejo) oscilase y se reformase sin que yo pudiera distinguirlo bien. Ahora me ví con algunos años más, quizás a mediados o finales de la escuela secundaria, mirando desde lejos a las chicas de mi clase, con miedo a acercarme a ellas. Me ví solitario, como me recordaba, suspirando por lograr, al menos una vez, que alguien se fijara en mí, tener a alguien con quien compartir mis pensamientos y mis sentimientos, mis temores y mis arrepentimientos.

Un autobús pasó entre la imagen y yo, y cuando se alejó pude ver claramente el día que conocí a Jess, por casualidad en un cine, cuando sentados uno al lado del otro, extraños aún, comenzamos a destrozar a críticas la película mediocre que veíamos proyectada ante nosotros. Estaba radiante en sus jeans, sus zapatos deportivos, y su sweater dos tallas más grande. Meses después me enteraría que era de su hermano mayor, que jamás había logrado que ella dejara de agarrarlo. Así era Jess: con una sonrisa y una mirada de sus ojos brillantes calentaba el corazón más frío. Lo sé bien, porque calentó el mío.

Los carros siguieron pasando, gente entraba y salía de la tienda, y a veces algunas nubes tapaban por instantes el sol, hasta que un rayo insistente se volvía a escapar tozudamente por entre las mismas. Tras cada interrupción, el reflejo que veía volvía a aparecer, mostrando año tras año mi vida. Y siempre, sin excepción, en las imágenes, los recuerdos, los momentos más felices de mi vida, siempre estaba Jess a mi lado.

La ví en nuestras primeras citas, cuando comenzamos a quedar para ir al cine, ya no por azar o por destino, sino por decisión de ambos. La ví cuando nos hicimos pareja, cuando compartimos aquel primer e inolvidable beso, y cuando por fin nuestras pieles se conocieron mientras nos amábamos en silencio. La ví en aquellos picnics que organizábamos en el parque municipal, en los que el mundo parecía detenerse, y solo existíamos nosotros, a veces enamorados, a veces amigos, siempre juntos. La ví durante la dura enfermedad de su madre, y durante el entierro de mi hermano: incluso en esos dolorosos momentos, agradecí al cielo que ella estaba a mi lado, y yo al de ella.

Mi vida no hubiera estado completa, no habría tenido sentido, si no podía compartirla con ella...

Las imágenes siguieron pasando en rápida sucesión, y pronto los recuerdos dieron paso a reflejos que aún no existían en la realidad. Si eran predicciones o deseos, supongo que solamente el tiempo podrá aclarármelo algún día... Pero el caso es que ví a Jess embarazada, con mi mano en su vientre hinchado. Nos ví pasear por el parque, un día tan nevado como hoy, empujando ambos un coche de bebé mientras nos mirábamos con sonrisas que confesaban el amor que nos teníamos y la felicidad que nos embargaba...

Nos ví envejecer, poco a poco. Nos ví pasear juntos, disfrutar desnudos en una playa lejana, montar a caballo con un niño al que aún no conocía. A veces la ví pasear a ella sola por el parque, y a veces me ví a mí mismo, caminando sin rumbo, perdido en mis pensamientos. La expresión de vacía tristeza que ví en mi rostro me dijo que en ese momento Jess no formaba parte de mi vida... o estaba a punto de salir de ella.

Me incorporé despacio de la banca en la que aún estaba sentado, y dí un par de pasos adelante, con temor a que las imágenes se esfumaran, pero ellas continuaron desfilando ante mis ojos. Nos ví a ambos, Jess y yo, juntos de nuevo paseando por el parque, durante cálidos días de verano o incluso en frías noches otoñales.

Y ví nuestra sonrisa compartida otra vez.

Los recuerdos pasaron y pasaron ante mis ojos, y yo seguí siendo testigo impotente de la forma en la que nuestros cuerpos envejecían, pero ni una sola vez más volví a ver una expresión triste en mis ojos. Jess era mi felicidad, y lo fué hasta el día que creó la imagen en la que un anciano yo llegó caminando, lenta y dolorosamente, al parque, y se sentó en el mismo banco en el que hasta hace segundos atrás me encontraba yo sentado. Lentas y ardientes lágrimas de una triste soledad corrían brillantes por mi rostro, y comprendí que ella no saldría en ningún reflejo más durante el tiempo que me quedaba de vida.

Cerré los ojos con fuerza, sorprendido de las lágrimas que, como en el reflejo, se deslizaban por mi rostro. No me importaba ver cómo terminaba mi vida: lo único importante ahí era la felicidad que había compartido con Jess.

Sin ella, mi vida no estaría jamás completa...

Comencé a caminar, lento al principio, trotando y corriendo después, en la dirección por la que Jess se había ido. La amaba, y ella a mí, y ambos seríamos unos idiotas si permitíamos que algo nos separara.

Mientras las lágrimas seguían surcando mi rostro, corrí tras mi felicidad hasta que la alcancé. Y más nunca la dejé salir de mi vida de nuevo.


Si alguno de los dos es o no es demasiado bueno para el otro no es importante... La pregunta es, quieres estar conmigo? (...) Entonces, eso es lo que haremos. Seguiremos juntos, y veremos qué hacer a medida que avancemos. -- No Pink Ponies

2 comentarios:

Yukino M. dijo...

Gracias por el post más hermoso que he leído en tu blog :') las lágrimas de alegría no dejan de fluir... te amo! :X

ella dijo...

Que tu corazón jamás pierda su calor...