martes, 2 de junio de 2015

La Diana Cazadora


En mi hotel, en mi cama, en mi oscuridad que arropa mi desnudez, siento como tocas mi puerta, y las brumas del sueño me abandonan.

Sin saber si aún sueño o si estoy despierto, recorro la habitación en silencio y abro la puerta para encontrarte ahí, al imposible alcance de mi mano.  Sin una palabra, entras y me besas.

La puerta, cómplice, se cierra y nos envuelve en una soledad que el deseo enciende.

Tu ropa siembra el suelo de la recámara, marcando el camino desde la puerta a nuestra cama, que al fin deja de sentir la soledad del exilio.  Me faltan manos para tocarte, me faltan bocas para besarte, y se que, como siempre, me faltará tiempo para amarte.  Porque todos los sueños terminan antes de darnos cuenta.

Siento tu piel contra mi piel, y dejo que su textura cálida y suave me envuelva.  El dulzor de tu olor, la humedad de tu sudor, me enloquece y me empuja a buscar más allá. 

Calor.  Humedad.  El dulce sabor de tí.

Tu carne trémula se estremece al sentirme, y tu respiración se acelera al ritmo de nuestra pasión.  Te beso todo lo que puedo, mientras nuestro deseo se encarga de guiarnos en un baile sin música.

De pronto, la cama se nos queda pequeña, como tantas veces.  No sé cómo, pero terminamos contra la ventana, ese muro que nos separa de la noche, de la ciudad que no duerme.

Mientras el vidrio se va empañando con el calor de nuestro amor, me fijo en la avenida bajo nosotros, en los carros que rodean la plaza a nuestros pies, sin saber la guerra que nuestros cuerpos están teniendo varios pisos sobre ellos.

Veo la estatua de la plaza, una chica joven inmortalizada, desnuda, como una diosa que caza estrellas, y ese pensamiento me hace acercarme más a tí.

Tú eres mi diosa desnuda, una diosa de carne y hueso.  Tú eres mi cazadora, de la que no puedo ni quiero escapar.  Tú eres mi estatua, una estatua suave y cálida, que adorna mis sueños...

Tus gemidos me encienden, y de repente todo se borra de mis pensamientos.  La calle, los carros, todas las estatuas del resto del mundo, nada importa sino este intérvalo por el que todo vale, esta pequeña muerte que nos hace sentirmos más vivos que nunca, unidos el uno al otro, y unos con el universo.

Nos desplomamos en la cama, entrelazados y cubiertos de nuestro sudor, y nos dormimos respirando el uno el aliento del otro.

Cuando despierto, claro, no estás.  Tu calor y tus aromas aún están conmigo, pero a medida que tomo conciencia de mi soledad, los voy perdiendo.  Y me quedo como siempre que estás conmigo: más solo que antes, y deseando que los sueños duraran para siempre...


A veces creo que he muerto
cuando no estás y yo despierto
porque se que esto ya no es querer 

 -- Letra de Algo más, de La Quinta Estación

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