lunes, 20 de abril de 2015

México


Para bien o para mal, ya mi mamá no está aquí con nosotros, pero les puedo asegurar que no pasa un día que no la recuerde, que no suspire por ella, y que no piense en qué haría o qué diría, en caso de estar viva, sobre nuestra vida y situación actual, sobre nuestros problemas del día a día.

Si estuviera ella quizás haría como la mamá de Arjona en su canción, y me encomendaría a la Virgen.  Dudo que fuera a la de Guadalupe, porque ella era más devota de la Virgen del Carmen, de la Coromoto o, en un alarde de patriotismo familiar, de la propia Virgen de Begoña...  Yo, por mi parte, seguro que tomaría mi laptop, mis cosas, y comenzaría mi viaje rumbo al norte, hasta llegar a mi destino, definitivamente con muchos miedos, aunque también con muchas ganas y esperanzas.

La canción, para los que no la hayan reconocido, se llama México.

Si todo va bien, y no se me tranca algún papel o me cambia algún plan, la tercera semana de Mayo me iré a vivir allá.  Nos vamos, Asier y yo, siguiendo a tantos otros antes que nosotros.

Ya varios de ustedes, los más cercanos quizás, lo sabían, aunque probablemente no en detalle.  Otros se enterarán al leer esto, por lo que creo que me alegraré de tener el celular dañado, para no tener que recibir los insultos telefónicos por decirlo con tan poco tiempo.

No puedo dejar de pensar en la forma en la que mis padres y abuelos salieron de su patria en dirección a la que sería la mía, la nuestra, la hermosa Venezuela.  En esa época, a mediados del siglo pasado, tengo entendido que el viaje en barco se tardaba unas seis semanas.  Eso es mes y medio encaramado en un barco, ladillado y mareado, sin saber nada de tu familia, y sin que ellos supieran nada de tí.

A eso tenemos que sumarle el hecho de que no sabías mucho del país al que ibas.  Al menos, no información instantánea y cotejada, como la que te da Internet hoy en día.  Y además, hemos de tomar en cuenta que, suponiendo que apenas mi aitite pusiera el pie en Venezuela, lo primero que hubiera hecho es enviar una carta a mi abuela, la misiva se debió tardar otras seis semanas en recorrer el camino de vuelta.

Esos fueron tres meses en los que mi abuela, sola con mi mamá de un año, no supo si mi aitite estaba vivo y bien.

Hoy en día, el viaje es de a lo sumo unas horas en avión.  Sabemos con lo que nos encontraremos, quizás hasta con trabajo nos vamos, podremos ver a nuestra familia en vivo apenas lleguemos a un lugar con wifi... Pero aún así, nos vamos aterrados.

Creo que la verdad es que tenemos miedo no de lo que nos encontraremos, sino de lo que dejamos atrás.

Dejamos la casa que nos vió nacer, crecer, y hasta morir a muchos de nosotros.  Dejamos años de recuerdos, de risas y lágrimas compartidas.  Dejamos cosas que no volverán, que no podremos suplir sin importar cuánto paguemos.

Dejamos familia, amigos, amores e imposibles.  Nunca más verás a esa persona especial, nunca volverás a sentarte a tomar unas cervezas con esos panas del alma, nunca compartirás una noche de risas, rol, videojuegos o dominó, nunca tendrás delante esos ojos brillantes para preguntarle "Y sí...?".

Ya, de forma definitiva, hay sueños que puedo decir que no se cumplirán...

A lo mejor estoy siendo muy melodramático -ojalá-, y esos "nunca más" son una exageración.  Pero así es como me siento hoy.  Y es que la vida dice que, aún cuando alguno de ellos no se cumpla, la gran mayoría sí lo hará.  Y por eso no puedo dejar de extrañarlos desde ahora mismo.

Sin importar cuánto escriba, me faltarán líneas para decirles a todos cuánto los quiero.  Sé que a varios de ustedes los veré, para darnos un abrazo, un beso, y compartir una última noche de risas y cuentos.  A otros no podré, porque el tiempo avanza lento pero seguro, sin esperar a nadie.

Siempre me faltará un beso, un abrazo y una palabra, pero supongo que tendré que irme sin ellos...


No conozco a la mitad de ustedes, ni la mitad de lo que querría, y lo que yo querría es menos de la mitad de lo que la mitad de ustedes se merece.
-- Bilbo Bolsón

Caminando en La Alameda, me platicaba una anciana:
Pedro Infante está vivo, pasa todas las mañanas.
Y es que aquí, lo que se ama nunca muere!

-- Ricardo Arjona (México)

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