domingo, 23 de noviembre de 2008

El voto del odio


En mi opinión, hay algunos pocos grandes temas sobre los que no se debe discutir, porque son temas sobre los que no llegaremos a ningún acuerdo, y por cuya causa lo más seguro es que terminemos peleados.

La religión es uno de esos grandes temas. Nadie sabe quién es el verdadero(s) dios(es), si es que existe, o qué es lo que en verdad nos espera luego de esta vida, si es que hay algo, o nada de nada. Es por ello que cualquier discusión que vaya más allá de un simple ejercicio mental o un simple juego de imaginación está de más: no se podrá llegar a ninguna conclusiva conclusión, nadie podrá saber si su posición es la correcta o no, y nada cambiará en el mundo.

Otro de esos grandes temas es, sin lugar a dudas, la política. A pesar de ser más terrena, las discusiones que versan sobre ella están a la altura de las discusiones sobre los panteones y las divinidades: nadie sabe nada, pero todos están seguros de que su verdad es la verdad, y están dispuestos a todo por demostrarlo.

(Otro tema sobre el que nunca discuto es sobre deportes, pero eso es porque soy una mierda con ellos: nunca sé quién ganó en qué, ni siquiera en el béisbol el año pasado).

Normalmente trato de que mi blog sea tan apolítico como lo es -en apariencia, al menos- mi vida. Pero hoy -se los digo por si quieren salir corriendo- les toca un post politiquero.

Al fin y al cabo, gran parte de este blog es mío, no? Cálense un capricho mío de vez en cuando...

Hoy estamos en elecciones en Venezuela. No presidenciales, sino de alcaldes y demás políticos de segundo nivel. Y esto ha generado las mismas emociones encontradas de siempre.

Por un lado, buenas. Da gusto salir a la calle y ver -como decía mi hermano- a todos unidos por algo en común; pasear por las calles con un extrañamente liviano tráfico, y ver a la gente en las calles, frente a sus casas, aprovechando para limpiar o pintar, o jugando una partidita de dominó con los vecinos y amigos, mientras se pasan por el forro la ley seca y se toman su tradicional cervecita bien fría. En verdad que es lo más parecido que he visto a Navidad fuera de Diciembre.

Por otro lado, malas. Da rabia salir a la calle y ver -como le decía a mi hermano- a todos divididos por una idiotez; andar por las calles con miedo a las hordas de motorizados que detienen el tráfico porque les da la gana, y dudando si lo que llevan en las manos son fuegos artificiales para celebrar el anticipado triunfo, o palos para defender la pérdida. Ver el odio, el miedo, la desconfianza... Todos esos sentimientos que nos debilitan como personas y nos destruyen como sociedad.

En una sociedad ya bastante destruida, donde deben pintarnos de colores las sillas para tratar de que se las cedamos a quienes las necesitan, donde las aceras son estacionamientos descarados para las motos, donde los policías te detienen para redondear sus ingresos y no para defender la ley, donde los vendedores se apoderan de las aceras y las calles sin importar si es correcto o no... En una sociedad así, dividida limpiamente en dos partes que se odian a muerte, ahora hemos aprendido a votar por odio.

Hoy ya no votamos porque creamos en la ideología de un partido. Hoy ya no votamos porque confiemos en las capacidades de aquellos a los que elegimos para que nos representen en el gobierno. Hoy ya no votamos porque una cara nos inspire confianza, o porque conozcamos a la persona, o porque sea de pinga votar alguien de moda...

Hoy votamos por odio.

Votamos por aquel que no sea "de ellos". Que no sea "de los malos". Así, ciegamente y sin dudarlo, porque sencillamente odiamos a los otros.

Una de las opciones -por poner un ejemplo- era un muchacho, jovencísimo y recién graduado. Un pez que nadaría entre tiburones, que lo tendría cuesta arriba para dirigir una ciudad en buenas condiciones, mucho más una ciudad dividida y caótica como la nuestra. Un chico del que escuché a muchos opinar que había usado sus apariciones estudiantiles para catapultar su carrera política en lugar de para hacer lo correcto.

Hoy escuché a muchos diciendo que votarían por ese chico solamente porque no era "de los otros". No les importaba que no supiera qué hacer, o que nos sumara en un caos peor al actual. Sencillamente, odiaban a las otras opciones, y por ello votarían por -sin alusiones de ningún tipo- cualquier mierda que estuviera en la otra casilla. Exactamente como un niño rompería un juguete con tal de no dárselo a otro, de esa misma forma pensamos para decidir el futuro de nuestro país...

En mi caso, incluso llegué a sufrir amenazas -medio en serio, medio en broma- de "si no votas por él, no te hablo". Lo siento, chicos, pero no voy a votar por un niño sencillamente por no votar por "los malos".

(Hoy fué el día de las amenazas para mí. Al parecer, lo mejor que hice fué ir a votar, porque si no votaba yo, nadie más lo haría, y el caos hubiera sido culpa directa de este servidor. No saben cuánto me molesta el "y si todos pensaran como tú?". Muchachos, si todos pensaran como yo, creo que el mundo sería un lugar mejor. Al menos no nos odiaríamos, cederíamos el puesto, no estacionaríamos donde no debiéramos, y para de contar. Créanme que mi voto es sólo eso: un voto más o menos).

Hoy, mientras escucho los resultados de las votaciones, no siento ni alegría ni dolor. "Ganamos" las principales, "perdimos" todas las demás, y todo sigue igual. Termino de escribir esto y me dispongo a irme a la cama, dudando se si comenzarán o no los disparos de alegría o de arrechera por los resultados dados.

Sin embargo, mi bebé tenía otra idea, y se despertó llorando, como descontento con los resultados obtenidos. Por él, más que por mí, he de decidir cada día qué hacer con mi vida. Pero de algo he de estar seguro al decidir: Venezuela no cambiará. No llegará un gobernante maravilloso que arregle el país de forma inmediata, que haga que todo camine, que desfaga todos los entuertos.

El país está en una etapa de la que le costará muchos años de esfuerzo salir, si es que sale, cosa que no creo que pase. Los venezolanos somos como somos, y tenemos a los gobernantes que nos merecemos, y el país resultante de las acciones que hemos tomado.

Lo mejor que podemos hacer es darnos por enterado de esto, en lugar de seguir negándolo insensatamente. Pero estoy bastante seguro de que esto tampoco pasará.


Yo también era de esas personas que ahora odio. -- Lua

Tristemente vivimos en el país del "medalaganismo"... "Me da la gana no detenerme en el paso peatonal, es más, si puedo acelero", "Me da la gana caminar por la acera haciendo S y jodiendo al que trata de caminar normalmente", "Me da la gana pararme con mi pana del alma en el MEDIO de la calle a hablar paja", "Me da la gana llevar a mi perro a cagar en plena calle (ya vendrá alguien que lo pise y así se lo lleve)"... de verdad ese tema me tiene harta... yo sí vivo en la misma Venezuela que tú... -- Jenny

2 comentarios:

Len dijo...

Te felicito por la paciencia (¿o será resignación?). Yo después de las presidenciales pasadas decidí que no volvería a votar. Y ya no me compran con la ridiculez esa de la "responsabilidad como ciudadana" y que después "no me queje" si no voto, en política ya no creo en nada ni en nadie.

Venezuela tiene -y es- lo que se merece.

Bah.

Yukino M. dijo...

Te dejé un post respuesta en mi blog...


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(PD: Señor oscuro, me quejo! encontrar el link de tu profile es casi detectivesco :P )